jueves, diciembre 21, 2006

... En el bosque de tururulandia...


-birip..- sonaba a lo lejos.

martes, diciembre 19, 2006

Plop

Un día........





















.... pero por suerte, él salió corriendo.







Fin.

lunes, diciembre 18, 2006

Gordito lindo


Hace poco me había echado a leer y en eso me quedé dormido. Cuando me desperté a la hora más o menos, lo primero que vi fue esto en una sombra que se estiraba hacia mí en la pared. Cuando me despabilé dije "fuá, de dónde salió eso?". Me levanté y me fui a dibujar =P.






Unos dibujos

Anoche soñé que era el profesor X, pero con los poderes de Jean más bien. Además, podía caminar, pero bueno.. fuera de eso era pelado y sensual, como el profesor.
Andaba por el mundo volando (porque también podía volar) hasta que mi querida Eleanor (porque siempre se llaman así) murió en un incendio horrible, del cual me culpo por no haber estado. Tonces, lo que hice fue mandar a construir una casa idéntica a la que teníamos cuando pasó, y con mis poderes rearmar el incidente, detalle por detalle. Pero como había una araña cuando pasó la 1ra vez, no pude copiarlo idéntico y no sé =(. Igual tampoco sé bien para qué quería hacer eso... creo que para morir "al lado" de ella o alguna gilada así.

Si lo piensan es como romántico el sueño.

______



Este se llama: Vuela, Eleanor, vuela.
Aunque originalmente era "bicho y bicha"




Este otro se llamaba "Papá noel tocando la guitarra" pero como odio que las festividades se metan en mis cosas le cambié el título a "Guitarra, mano y garabato" (adivinen cuál es el garabato)





Este otro lo copié, pero no me salió para nada... odio a alguna gente...




PD: El orden no es cronológico, sino más bien filológico (???).
PD2: a lo mejor me copo y subo otro coso más en un rato, pasa que tengo que pintarlo en pc, y no sé... bueno, nada. Salud.

viernes, diciembre 01, 2006

Ortencio


Un día, Ortencio (la tortuga), descubrió que se podía parar. Pero ese mismo día descubrió que si se paraba, uno de los ojos se le iba volando.
Luego, se suicidó en una crisis sobre su orientación sexual. Se preguntaba: ¿por qué si me llamo ortencio soy la tortuga, y no el tortugo? ¿Por qué mi dueño no me puso un nombre afín a mi sexo, o mi dios no me hizo del sexo adecuado a mi nombre?
Pobre Ortencio; pero se divertía.

lunes, noviembre 27, 2006

El piano y Estefanía

El piano de Estefanía inundaba la mansión. Los acordes menores hacían temblar los ventanales, los Mayores nos sacudían el espíritu. Ella, como de costumbre, tocaba más allá de sus propias limitaciones, golpeando las teclas con la violencia de un maestro, los ojos cerrados y el ceño fruncido, casi acalambrado. Prorrumpió entonces un estruendo atroz, desbarajustando los cimientos de la casa; afuera una tormenta como pocas se había desatado. Rugía insostenible, y hasta se diría que, en un ataque de celos, Dios se valía de sus truenos y relámpagos para recordarnos que, él también, era capaz de espectáculos incomparables. Tanto así que a cada remate grave con que Estefanía nos obsequiaba, la tormenta tronaba violentamente; pero ninguno de los presentes parecía notarlo: estábamos ahí sólo por ese piano, y cuando acabara nos iríamos.
Sus manos parecían ahora garras, ahora plumas, según la melodía lo requería. Estábamos todos allí, incluido el tío Hugo; aunque creo que fui el único en notarlo. Él la miraba con esos ojos fríos que tanto miedo nos metieron siempre, salvo que ahora había algo más; diré respeto, ya que no me atrevo a llamarlo amor.
Como dije; era su piano el que nos hacía salir de nuestras habitaciones, y junto con nosotros la majestuosidad de la mansión regresaba; los grandes candelabros parecían brillar otra vez y hasta se diría que reflejaban en los pisos nuevamente lustrosos. Y quizá ustedes confundan mi discurso, y piensan que nos doy mérito a nosotros por tan increíble suceso, pero no es así: todo era debido a ella y a su piano. El tío Hugo era la mayor prueba de ello; su presencia allí, él que fue tan magnífico maestro, elevaba el prestigio de nuestra niña hasta lo casi divino.
Y sin embargo, su delgado cuerpo enfermizo, con esas piernas que ya no volverían a moverse, con su corta y frágil edad… no podía mantener ese ritmo para siempre. Prontamente notábamos cómo su aliento se agitaba, y en el rostro una expresión de dolor usurpaba el lugar a aquel brillo de genio que solía tener al tocar; nota a nota el esplendor de su nueva partitura empalidecía. Aunque quizá era esta misma fragilidad la que hacía todo aquello tan hermoso…

Era cierto que el maestro Jacques le dijo que como ella no habría dos, ni en este siglo, ni en ninguno. Pero la pequeña Estefanía jamás había podido tocar una pieza completa sin sucumbir ante el agotamiento. Esa tarde, ese Jacques le dijo que jamás podría tocar y que, de no desistir, aquello podría costarle la vida. Le dijo: lo tuyo es componer. Estefanía no lo miró, clavó sus ojos en el infinito y permitió que la guiaran a la mansión nuevamente. Allí se encerró en su habitación y lloró durante tres días. Cuando hubo pasado el quinto, la puerta se abrió. Pobrecilla, estaba famélica, con el rostro enjuto y su vestidito blanco estropeado de polvo, lágrimas, sudor y tinta negra: en su mano derecha sostenía un manojo de partituras: por eso no intervenimos. Sabíamos que Estefanía era diferente, que en ella había algo que ninguno de nosotros tubo jamás, y que jamás en ella se extinguiría, aun cuando la vida la abandonara.

Así la vimos hoy, más temprano. Desde entonces lleva tocando y aun no se agota; aunque los signos del cansancio se hacen sentir, tanto en su cuerpecito, como en la fuerza de sus acordes. Lleva tocando más de lo que nunca tocó, pero me fijé en la partitura y ni siquiera ha llegado a la mitad de la obra. Obra que ella misma compuso, aun sabiendo que jamás podrá ejecutarla.

Nunca nos ha visto. Cuando el piano acaba, todos regresamos a nuestras habitaciones húmedas, atrás de la mansión. Sus ojos, al abrirse, sólo se encuentran con el viejo y roído salón de fiestas, oscurecido por la falta de velas y limpieza. Todo enorme y solitario; la mansión de la huérfana Estefanía.

Tal vez fue la piedad por verla en tanto dolor, o quizá la envidia de saberla inimaginablemente mejor que él, pero aquella noche el tío Hugo se acercó a Estefanía, en el momento preciso en que las fuerzas la abandonaba y, con largo y frío dedo, la tocó. Allí mismo ella abrió ambos ojos y se puso en pie, aun cuando sus piernitas ya no funcionaban. Fue su espíritu el que se levantó, su cuerpo yacía caído sobre las teclas del piano, sin vida.
Estefanía miró en derredor, descubriéndonos a todos. Una sombra de espanto surcó sus ojos, pero no fue más que una leve brisa. Algunos comenzaban a marcharse, insensibles por los siglos que se apilaban en sus espíritus. El tío Hugo también, daba la vuelta y se retiraba, con el rostro indiferente y las pupilas tristes.
Volví a fijarme en la niña; pude notar por su mirada que en ese momento sentíase más fuerte que nunca: se acomodó nuevamente en el taburete y con sonrisa extraña preparó las manos para desatar la melodía… pero éstas nunca bajaron, ni en ese día, ni en ningún otro. Con sus ojos clavados en el vacío y las manos colgadas del aire, estática y ausente, me pareció oírla murmurar “¿dónde has ido?”.

jueves, noviembre 23, 2006

Confesión en tres páginas escritas a mano

la verdad que prefiero mil veces escribir asi
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Encontrarme a nada de tu piel, a un metro, menos incluso; qué sé yo. Casi sentir el calor que emana, el olor que sin querer va dejando por todas partes, tan traidoramente. Aunque estés allá, tan lejos, tan imposible, sentirte a mi lado; de nuevo; tan imposiblemente a mi lado. Quedarme mirando el vacío del aire caliente que hay entre la puerta y yo, y sabernte ahí, parada, invisible, intangible, mirándome tan odiosamente imposible, tirando olor y calor para todas partes, inaccesible e inalcanzable.
Entonces dormirme para soñarte toda la noche, despacito; pero soñarte también ajena, también distante e imposible; ¿de qué otra forma? Sólo así serías vos. Pensarlo y saberlo totalmente estúpido. Sólo tengo que estirar la mano, y ya está. Pero es mentira.

Estamos sentados en una plaza. Miramos los pájaros inadjetivablemente y nos damos cuenta entonces que vos estás sentada a mi lado y que yo estoy sentado a tu lado, echándonos calor el uno al otro, olor el uno al otro. Estás viva, te digo, y vos me ignorás, sabés que es lo mejor y yo no me ofendo ni nada. No porque no me moleste, sino porque sé que es lo mejor.

Como te digo. Nos estamos echando calor y olor en una plaza sentados mientras yo te digo que estás viva y trato de explicarte de forma que te sea imposible entender que en el fondo lo único que en ese momento me importa es estirar la mano y tocarte, aunque sea la punta de mi dedo tocando la punta de tu dedo o tu nariz. Pero, sigo tratando de que te pierdas, pero es lo último que haría porque después de tocarte ya no quedaría nada, ya sería el fin y tendría que o tenerte o matarme. Porque dos veces no se le puede decir chao a esa cosa verde azulada que llaman… ¿cómo la llaman? No importa. Esta parte no la entenderías aunque me esforzara porque lo hicieras.

Miramos inadjetivablemente los pájaros que elípticamente surcan el cielo. Los miramos con ese aire de los que en realidad tienen los ojos de adorno, pegados a la cabeza de trapo, o tal vez cocidos con hilo blanco. Pero toda vista que sigue una trayectoria elíptica inversa a la de una vista sentada a su lado, invariablemente va a encontrarse con esta otra.
Míralos tan enjutos los tórtolos que parecen amordazados por mordazas invisibles.
-Hola- te digo. Pero vos me mirás con tus ojos de peluche tan buen cocidos a tus cuencas, tan llenos de vida y profundo pensar: tal cual el ternero mira al cuchillo del matador y, si tiene oportunidad, le pega un lengüetazo al filo, sin saber bien qué hace. Así me mirabas, pero tan ternero no fuiste, no le pegaste la lamida al cuchillo, o tal vez fue que no dejé éste al alcance de tu curiosa lengua rasposa de ternero.

… una flor se prendió de tu pelo, haciéndote cosquillas, de esas que te hacen llorar, de esas que odiás tanto; de esas que siempre te provoqué yo. Y me parece que te diste cuenta porque ahí nomás encaraste para otro lado, buscando tal vez…

Al final después de tanto silencio me sonreíste, y el ruido de tus cachetes largamente quietos despegándose de tus encías rompió el silencio. El olor a estar callada salió de tu boca, y eras una ternura, un dulce tentador para comerte, mirándonos… qué ojos más bien cocidos.

Entonces nos encontramos en ese mundo que llaman Miradas. Vos y yo. Nos encontramos en el plano de los ojos, y bailamos un blus mal compuesto, unjas, un rock o algo, lo bailamos porque ahí éramos sordos y no sabíamos que eso no se baila. Bueno, yo no sabía. Vos me seguiste la corriente. Pero yo bailaba mejor que vos.

No, dos veces no. Por eso lo último que haría sería tocarte, aunque todo se viniera abajo, aunque fuera de vida o muerte; no te tocaría. Porque aun cuando sólo lo escribo, esta determinación me retuerce el alma, me estrangula y tengo que gritar que es mentira… pero no puedo porque es verdad. Dos veces decirle chao a la cosa verde azulada… nadie puede.

lunes, noviembre 20, 2006

Los fardos o Esos bichos tan raros

Ver cómo su enorme pata se desparrama sobre el suelo a cada pisada. Observarlo desde encima, sabiéndome desparramador de su pata; pata de animal de otro mundo. Mirarles ese cuello largo entre miel y arena, con su enorme garganta, imponente y poderosa y, sin embargo, tan muda; cuántas cosas callarás, animal raro.
No sé bien de qué pesadilla alucinante nos vino la idea de que podíamos montarlos; y peor aun: cómo llegamos a atrevernos a ponerles sobre los lomos nuestros fardos. Cómo es que nadie pensó que tal vez se rebelarían, que volverían a dominarnos como ataño, señores nuestros. De qué mente nació este insulto, yo no sé, pero se difundió, y ahora es igual en todas partes, allá donde estén.
Aunque es cierto que no pasó nada, que su sabiduría infinita los arrastró a la paz más bien que a la ofensa, y demostraron entereza de espíritu allá donde nosotros dimos a ver la hilacha. Qué bestias admirables son ustedes, tan lejos nos encontramos todavía.

A veces los miro, cuando los míos duermen y ustedes pretenden dormitar. Los miro, con la esperanza de que no me noten. Y creo verles los labios moverse con sutiliza infinita, casi imperceptible, pero… hay alguna sombra que no parezca cambiar en la noche. Aun así, yo los miro, me pregunto sino extrañarán vivir con las estrellas, surcando esas grandes distancias a la velocidad de los sueños, tal como hicieron alguna vez. Me pregunto si algo así puede olvidarse tan fácilmente, darle la espalda y cargar nuestros fardos.
Pero mucho no puedo cavilar, tarde o temprano uno de ustedes me nota; yo no sé cuál, pero me doy cuenta porque los labios ya no se mueven sino para soltar algún sonido gutural, y entonces maquinar no tiene sentido, hay que aceptarlo y volver a la cama.

De día son otras las cosas que se pueden notar, como esa forma tan cansada de moverse, arrastrando las patas con ritmo catártico, acarreando un agotamiento sideral, con el que se les impregna todo el ser: desde las pezuñas hasta los ojos; especialmente los ojos. Esas lagunas profundas color tristeza, prueba innegable de su sabiduría inimaginable.

Realmente ustedes me intrigan. Son gigantes entre nosotros. A su lado nos veo como niños: han viajado tanto, han visto cosas que nosotros ni siquiera soñamos… y sin embargo acarrean nuestros fardos. De qué forma el destino los condenó a esto. Yo creo que ustedes lo buscaron, intentando purgar algún pecado monstruoso.
Yo podría sentir pena por todo esto, sin embargo una última duda me muerde la conciencia: qué fardo es, y a quién pertenece, ese que tendremos que cargar para que nuestras culpas se laven.

No lo sé yo. Pero acá estoy, mirándolos, esperando que alguno se digne a hablarme y me cuente algo que me de una pista.

miércoles, noviembre 15, 2006

Feliz cumpleaños, Uzko...

... hasta vos tenés que cumplir años de vez en cuando también.



Este es él:

PD: Actualizo un miércoles y qué

lunes, noviembre 13, 2006

Sobre las nubes...

... hay una escalera, o más bien, allí termina. Caminar sobre ella requiere todas nuestras fuerzas, sin importar cuanta tengamos. Cuando ya se está por llegar, se entra en un banco de niebla, aunque a estas alturas ya es obvio que se trata de las nubes, pronto la mente lo olvida, confunde la escena con algo trágico e insoportable.


Pronto, aunque no tanto, nuestra cabeza sale a flote. Generalmente será de noche porque de lo contrario quedaríamos ciegos por el choque; esto es algo que no se debe calcular, la escalera sola medirá las distancias. Confíen.


Arriba, se saca el paquete que se ha armado cuidadosamente antes (tal vez se trate de un poco de yerba y azucar), se lo contempla una última vez con aire distante y, finalmente, se lo lanza.




Aclaración para personas de pelo largo: llevar algo con qué atarse el pelo, hay mucho viento.
Aclaración para personas en general: cualquier visión extraña que se tenga puede ser debido a la falta de oxígeno, y no necesariamente a una propiedad mágica inherente del lugar.

lunes, noviembre 06, 2006

Auque no lo crean.

Ella es fea.
Mira al mundo de reojo, un poco avergonzada. Se dice: “¿en qué estás, mundo?”, y en los ojos se le dibuja una sonrisa; nunca en los labios, demasiado tímida. Camina un poquito, midiendo cada paso, cada gesto, se sienta en su banco y ahí espera que empiece la clase; hoy le toca algún filósofo que la aburre. La aburren todos esos hombres que hablan y hablan, ninguno sabe callar, piensa ella, ninguno sabe escuchar. Luego se queda un poquito en silencio, y repite: “de verdad, ninguno sabe”, y abre su cuaderno para anotar algo.

Ahora llueve despacito, a través del vidrio ve su reflejo. A ella le gusta pensar eso, que el reflejo está a través y no sobre; le gusta creer que se va lejos mientras mira el espejo y se encuentra con su cara. Se encuentran las dos, allá lejos, ella la mira y su cara también: “qué feas somos”, le dice, y nada le quita la sonrisa de los ojos. Pero está triste; sonriente y triste.

Yo supongo que es porque no sabe que la miran, y piensan: qué fea, pero cómo me gusta. Es un él cualquiera, que espera por la clase y mira. A veces mira otras cosas, pero por lo general es sobre ella donde le gusta volcar su atención. Encontrarse con esa nariz desentonante, divertirse con algunos de los gestos que no puede encontrar en otra parte y acabar diciéndose que igual no la va a conocer porque seguro que…

Cuando vuelve a su casa, a él le gusta pasarse por una panadería cualquiera, una que siempre se cruza. Ahí adentro lo espera una chica con unos ojos increíbles. Lo espera porque él pasa más o menos a la misma hora, casi sin querer. Más allá de sus ojos, él no notó otra cosa. Pero ella lo vio un día abrirle la puerta a una señora, y quedarse pegado a la puerta porque vino un tropel de niños, señoras, señores y otros bichos más raros todavía; pero él se quedó ahí, sosteniendo la puerta, un poco con cara de tonto, y eso fue suficiente: ya no se lo pudo sacar de la cabeza.

Compra los criollos y sigue su rumbo. Ella le mete un suspiro en la bolsita, pero él jamás lo nota.

Y sigue, no son los únicos.

… pobres… pensar que están tan listos y, sin embargo, miralos.

Yo creo que igual la pasan bien.

lunes, octubre 30, 2006

también puedo actualizar dos veces un mismo día =D

Un día, en un país donde todos debían usar sombrero... él descubrió que le había crecido un árbol debajo del pelo.




Se puso contento. Pensó: "ningún déspota, por más déspota que sea, obligaría a usar sombrero a alguien que tenga un árbol".




Y era cierto, nunca más tuvo que usarlo; al otro día el rey mandó decapitarlo.



PD: También a color =P


Tan así o Qué sé yo

Caminás distraído pensando en tus cosas, las que te tienen; ni mal ni bien, nada más te tienen, porque de ellas no pasás, ahí queda tu pensamiento.
Caminás hasta que pasás la esquina esa, a la que le decís de la muerte, riéndote con el flaco de lentes, y los dos se juran no pasar de nuevo por ahí, pero terminan pasando de todas formas; andá a saber por qué.
Pasás por ahí, distraído, con las cosas que te tienen. Y te das cuenta de golpe que estás mirando un bulto mal abrigado en el piso, un bulto que a veces se sacude y tose, con un estrépito raro, uno que te es totalmente ajeno. Al toque entendés que adentro de esas colchas viejas, mugrosas y con olor a todo junto, hay una persona. Lo sabés por ósmosis, no te acercás para asegurar, así está bien… saberlo de prepo.
Y mirándolo, pensándolo un segundo, empezás a notar más y más bultos; te das cuenta de que las cosas que te tienen, esta vez, realmente te tienen. Porque adentro tuyo no sentís nada. Ves ese jardín mal cuidado, con todas esas “malas hiervas” que crecen sin que nadie se fije, sin que nadie se preocupe demasiado; y entendés que ya no sentís nada, que de alguna forma, eso que ves, no te pertenece. Tus cosas son tus cosas, las de ellos, sino son de ellos, serán de otro.

… en el fondo está bien que Dios se olvidara del hombre, si también nosotros nos olvidamos de ellos y ellos de nosotros. Esos ellos que de alguna forma son otros nosotros…

lunes, octubre 23, 2006

Sin Título III

Yo te miraba caminando, vestida con esas ropas elásticas y ajustadas que, de tan ridículas, te quedaban preciosas; con toda tu delgadez imposible, tan flaca que los pechos se te marcaban apenas y las piernas se te hacían como las patas de un monigote… mi monigote; te seguía de cerca tratando de no meterme en tu mundo, porque lo más bonito de todo en esas salidas era verte hacer lo tuyo, indistinta de mí. Te acercaste a un lapacho mal florecido para treparlo, pero a la mitad del impulso te alcanzó la vergüenza y te volviste, para saber si yo te había visto, con tu sonrisa toda colorada. Demasiado linda para eso, te pregunté, y vos me asentiste, aunque no estabas muy convencida.

Yo en cambio no tuve ningún problema con treparme a una de esas piedras tan llenas de estática que se quedan echadas en las costas, vagueando. Pero me bajé rápido porque las palmas me hacían cosquillas y poco a poco se me descomponía el estómago; de un salto caí cerca de vos, y con la punta del dedo te di una patadita; vos, muriéndote de risa, me dijiste Yo también puedo hacer eso, y ahí nomás como si qué, me besaste. Y era cierto, fue cierto: vos también podías hacer eso.

Cuando nos alcanzó la noche nos sentamos en la playa, al lado de una fogata que improvisé con tu ayuda, es decir, que vos hiciste mientras yo miraba. Pusimos tu remera al fuego, como se acostumbraba en esa época, y dejamos que nuestros ojos se perdieran en las llamas rojiazules sin decir palabra. Así nos encontró la pasión y nos invitó a caminarnos; primero yo que, con mis manos, toqué tus pechos lentamente, con intención. Vos, en cambio, me hiciste el amor de un tirón, sin pensarlo, sin querer; como el tigre que devora al conejo de un bocado, también sin querer, porque es su naturaleza devorar y nada más sabe hacer. Así, vos seguiste lo que había en vos, y sin pensarlo, sin saberlo, me cambiaste la vida.

Y yo te amé también, al menos ahí, en ese momento, aunque nunca más te volviera a ver. Porque al otro día, con vos hablándome de lo linda que sería nuestra casa juntos, nuestros hijos juntos, nuestra vida juntos, cuando yo te estaba pidiendo que nos casáramos, ya sabía que vos no eras más vos si no otra, alguna que se te parecía, que hacía todo como vos, pero para nada la misma.

viernes, octubre 13, 2006

Un bosquecito


Ni da escribir en estos días ¡pero actualizo esto para que tengan conciencia de que sigo vivo!
A ver... 1ro lo dibujé, después lo pinté.
obviamente =P

jueves, octubre 12, 2006

viernes, septiembre 29, 2006

¡Tengamos la fiesta en paz!

Así decía mi abuela cuando eran las horas siesturnas y nosotros no teníamos la decencia de mantenernos callados y quietecitos en un rincón, jugando con las espaditas de aluminio que tanto chinchiín hacían cuando uno se lanzaba al abordaje, y claro, ningún buen capitán moriría sin un grito glorioso de caída.
(anécdota gratuita e inconexa con el tema del post)

Así me dan ganas de decirles ahora a esos; qué ganas de hacer barullo y chanchería por todas partes; qué ganas de hacerles pegar gritos a los estos por ahí, a los aquellos por allá; qué capacidad sublime de ser monótonos y seguir en la misma, todas las siestas de las eras.

así que:
¡Tengamos la fiesta en paz!

sábado, septiembre 23, 2006

¡La costa del Faro!


Algunos dicen que está muy solo; la verdad es que él tiene una rana, una palmera, una piedra y algunas flores (no sabe cuántas, nunca las contó).



PD: para todos los que se preguntaban cómo era la costa del faro, jajaja.

jueves, septiembre 21, 2006

Hoy se me ocurrió...


... que estaría re bueno que de mi ventana al almacén que hay frente a casa instaláramos un sistema de poleas con una bandejita para enviar plata. Abajo, el almacenero en cuestión tendría una pequeña catapulta con la cual me lanzaría los pedidos con precisión de general. Yo, arriba, los recebiría en un colchón.

...

Me coparía eso.


PD: Si preguntan por qué no se envían los pedidos en la cuerda con las poleas es porque no saben vivir: obviamente es más divertido tirar cosas con catapultas que arrastrarlas por cuerdas. Amargos.

martes, septiembre 19, 2006

Sin Título II

Sé que están ahí.

Me rodean, desparramados por toda la pieza. Algunos se mueven con pasos mudos, erráticos y nerviosos; otros, los menos, se quedan quietos, mirándome fijamente, temblando por una suerte de conmoción horrorosa; éstos son los peores. No abro los ojos, no me atrevo: también están en el techo.

Me quedo quieto, no quiero que me escuchen mover, que sepan que estoy despierto; no sé qué podrían hacerme si lo descubrieran. Me duelen las articulaciones, el peso de mi cuerpo me hunde en una suerte de ingravidez y, en ocasiones, me creo girando, arrastrado por fuerzas siniestras, atraído hacia ellos. Incluso llegué a pensar que aun siendo lo diminutos que son, podrían cargarme, llevarme lejos y hacerme desaparecer.

Sé que me observan, que pueden verme aun en la negrura que me rodea. Yo no, ni siquiera lo intento, mantengo los ojos apretados. Pero me los figuro, de pie, rodeándome, colgando del techo con sus enormes sonrisas tan llenas de dientes, tan luminosas, que me impiden conciliar sueño alguno.

A veces, si aguzo el oído lo suficiente, puedo oír sus risas imaginarias, imperceptibles, cómo se les escapan por los ojos como el pus que huye por la herida abierta. Sin embargo ningún sonido real irrumpe en la noche, hasta que escucho la gotera del baño. La canilla que dejé mal cerrada, esa que revisé tres veces antes de acostarme. Yo sé que en realidad fueron ellos, que se arrastraron como babosas, que se pararon unos encima de otros, que alcanzaron el lavabo, que se tomaron las manos y juntos se hicieron una mano enorme, que apretaron y luego, con precisión milimétrica, la aflojaron lo suficiente; pero prefiero pensar que no, que fui yo, que ellos no pueden llegar a tanto. Pero ahí está: tuc, tuc, risitas; tuc, tuc, risitas.

Tengo que cerrarla o volverme loco. Ellos lo saben, la abrieron para que yo me levante, para que abra los ojos y me encuentre con los suyos, con las filas interminables de dientes, con sus cabecitas todas giradas hacia mí como girasoles, como dedos que señalan en una ejecución. Aunque es cierto, sólo hace falta que mantenga los párpados bien apretados, esperar a que el sol se decida a salir y ellos se irán, yo me dormiré y todo terminará. Pero es imposible ignorar aquel tuc, tuc, a pesar de las risitas, a pesar de sus ojitos luminosos, o tal vez, precisamente: por éstos; una especie de hambre mórbida me fuerza a ello, como esos autistas que no pueden evitar martillear la pared con sus cabezas hasta que éstas hacen plop.

Por eso me rindo; abro los ojos en un arrebato de violencia y ya puedo figurarlos saltándome encima, devorándome la carne, royéndome los huesos, deleitándose con los jugos de mis ojos. Pero nada hay: con los párpados abiertos me encuentro con la desnudez del techo. Un sudor frío me ahoga los poros, el corazón bombea con fuerza y me laten las sienes. Lentamente saco los brazos de las colchas, prendo la linterna de mi reloj: nada, se han ido, todo estaba milimétricamente planeado; en el baño la canilla ya no gotea. Me levanto para asegurarme, enciendo luces y aunque no encuentro ninguna señal de su presencia, puedo maquinarme sus diminutas huellas: se fueron por el drenaje, por dónde entraron, no lo sé.
El médico dice que se llama fobia; yo les llamo marabunta
____
20/09 Ligeras correcciones, un cambio de palabras acá y allá, nda importante.

jueves, septiembre 14, 2006

No es que esté aburrido

No, no. Es que hoy tengo turno doble, y hace falta ocuparse en algo, che =D.
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Un día leí que cuando uno duerme, su cuerpo astral se desprende y flota por lugares extraños. Generalmente no se aleja mucho más allá de la habitación propia. Luego pensé: Si mi esqueleto también se pudiera desdoblar, al menos se podrían poner a jugar al poker o algo.

¡Un saludo desde los turnos dobles!

En serio...


... estoy intentando hacer algo nuevo... pucha.

martes, septiembre 12, 2006

Remembranzas

No se trataba de que al cruzar la puerta iba a suceder algo, sabía muy bien que una vez del otro lado todo seguiría igual, a lo sumo un ligero cambio posicional (tan sutil que no haría ninguna diferencia cómica). Pero ahí estaba, esa gigante infranqueable, ese portón quimérico, separándolo y a la vez protegiéndolo de su destino; no era la puerta el problema, no: Del otro lado lo esperaba ella.

Qué remedio, él sabía tan bien como la puerta que no cruzar era demorar algo inevitable. Pero a veces las demoras son lo único a lo que podemos llamar vida, se decía. La vida es la demora de la muerte, insistía. Así es, en efecto, es lógico que prefiera demorarme acá a cruzar ahora mismo esa puerta, se mentía.

Un traqueteo de cerámicas fue el aviso de que positivamente ella lo esperaba, y que, tal como lo había deducido, ya se empezaba a impacientar. Sabía también por experiencia que no lo esperaría para siempre, que si él seguía demorando aquello que era inevitable, ella se iría. Entonces, no sucedería nada, me habría salvado, le decía la voz de la demencia, a la vez que la voz de la cordura replicaba, Imposible, sabés muy bien que eso no va a pasar; he de admitir que tal vez las voces estaban invertidas.

Movió la mano con una lentitud insoportable, demorando inclusive la demora; apretó el picaporte con una fuerza tal, casi parecía que en su corazón, aquel objeto era lo único que lo ataba a la vida, diremos: Su Vida había creado un vínculo con la manija de la puerta, como la flor del aire se apenca a la rama del árbol, sabiéndola su salvación. Pero esa relación no podía durar. Su brazo, menos prudente o tal vez más temerario, decidió tirar de la mano quien a su vez tiró del picaporte: la puerta estaba abierta.

Así es: la puerta estaba abierta. No quedaba nada más por hacer, tras aquella pantalla de madera y clavijas esperaba ella. O tal vez debamos decir: Ella. Así, con mayúscula desafiante y amenazadora, con entonación grave y terrible, pronunciándola más bien como el canino emite su gruñido antes del ataque: Ella.

Mas todo esto no estaba en los pensamientos de nuestro amigo, no, él no pensaba en todo esto. Su mente se encontraba distante, lejana, ausente. Lo había abandonado con el propósito de salvarle la cordura, pues ninguna conciencia habría sido capaz de resistir aquel avanzar suicida al que cada una de sus fibras lo sometía.

Cruzó el umbral y cerró tras de sí la puerta. Allí estaba, sentada en la mesa, mirándolo con esos ojos indagadores, que sabían la respuesta de cada pregunta incluso antes de hacerla. Y así continuó:
-¿La trajiste?- dijo ella.

Sin responder, él bajó la mirada, tomó su mochila y la abrió. De adentro sacó su cuaderno donde tenía la libreta de calificaciones. Extendiendo la mano se la alcanzó.
-Sí, mamá.

Es un día funesto en el que debemos enfrentarnos a nuestros peores fracasos, bajo el yugo de la mirada apremiante de un juez.

sábado, septiembre 09, 2006

Julieto; Descansa en paz.

Él era un bicho simpático, de ojos profundos e inexpresivos (quienes digan que es una contradicción es porque no lo conocieron). Pasé poco tiempo a su lado, yo admito, y sin embargo, era de esos que se te meten en el corazón en un segundo o nunca. Su nombre era Julieto; branqueoso y viscoso, divertido para el que supiera divertirse y aburrido para el que no. Diré de él además que supo comprender mis silencios sin pedir nada a cambio (un trocito de carne, nada más).

Eras un buen bicho, Julieto; aunque nunca hubieses podido cargar tu pecera, te quisimos y te vamos a extrañar.

Gracias por esa cara de axolote que siempre ponías cuando alguien entraba.

sábado, septiembre 02, 2006

Mi viaje a australia

Me encontraba un buen día (jajaja) con unos amigos tomando algo en el patio de casa. Sí, es cierto que tal evento no es merecedor de mención, al menos, no por sí solo. Sin embargo sucedió lo siguiente: el sol, hasta entonces cubierto, penetró las nubes con fuerza brutal, como si aquello que hacía día a día, hoy tuviera una fuerza inusitada. A mis amigos y a mí nos pareció tal la potencia con la que nos azotaban que, de no quitarnos del medio, podrían prendernos fuego la piel. Huimos entonces, al resguardo bondadoso de mis techos de cemento, revocados y recubiertos. Allí a Manuel se le dio por mostrarse altivo y, alzando el puño hacia los cielos, espetó: “¡Ja! ¿Qué puede la naturaleza contra el ingenio del hombre?”, todos reímos y continuamos la tomada en mi cocina, que tiene convenientemente unos cómodos rincones donde apoyarse es lo más sencillo del mundo.

Fue entonces (y no antes, entiéndase) que noté un sonido sordo que golpeó a escasa distancia de mí, un sencillo “toc”. Ignorando al interesantísimo tema que me planteaba entonces Guillermo (algo entre los hermanos Rock del sur y los ogros Tug del Oeste) me dirigí al lugar del que provino el golpe: frente mío se hallaba un gorrión (chuschín, para los entendidos) deshidratado, agobiado, desesperanzado: era el retrato de la muerte en la esquina, inminente e irremediable. Podrán entender, aquellos de ustedes que sean más sensibles, la herida que me partió el corazón ahí mismo: el pobre chuschín al borde de la muerte, yo impotente ante la realidad, mi amigo hablando de los ogros Tug, el otro oyendo sin oír, pensando tal vez en alguna persona que fuera fantástica o fastidiosa (según sus ánimos), y el mundo entero, girando y girando indiferente; la verdad que la vida era en ese momento una herida absurda.

Fue entonces cuando, viendo el grifo de agua de mi cocina, la genialidad me iluminó. Como un relámpago, como un lince, di un salto preciso, tomé al gorrión y abriendo la canilla lo metí bajo el chorro, pero dominado por la emoción que me invadía no advertí la potencia del mismo, y pude observar como el agua invadía sus párpados, hinchándolos a fuerza y presión. Lo retiré casi con violencia, y ajusté el agua para que saliera como un hilillo lastimoso, arrimé al pájaro y éste estiró el pico, bebiendo con avidez (porque era un ave).

Bebió primero mucho, luego más, y por último bebió mucho más. El bicho, en mis manos, se volvía poco a poco una bolsa de agua, tragando como si llevara tres partes de su existencia sin probar gota. Mis amigos, intrigados ahora por mi actuar, se acercaron con cautela. Asomáronse por sobre mis hombros y pispearon lo que yo sostenía en mis manos.
-Va a reventar- dijo Guillermo, luego de un momento.
-No pueden tomar agua así- explicó Manuel.
Ambos sabían mucho de pájaros, así pues les hice caso, pero ya era tarde: el animal había bebido tanto que todo su cuerpo estaba henchido y deforme, y allí mismo como consecuencia de tanta mirada y examen de su cuerpecito, un chorro increíble de orina salió disparado de sus partes nobles (si es que poseen tal cosa). Sentí al principio alivio, supuse que con eso mi error se remendaría al liberar todo el líquido que había bebido. Sin embargo, escuchamos un chasquido que venía de adentro del animal, era su vejiga: había colapsado ante la presión, rompiéndose.

Con el corazón acongojado, deposité al animal dentro de la pileta. Se sentó, pues ahora su cuerpo se parecía al de un ser humano, con los miembros hinchados, con el cuello torpe y de movimientos lentos y lastimosos, incapaz de hacer esos giros espasmódicos, gritando ¡Sufro! con esos ojos que lo miraban todo con desesperación: primero a nosotros, luego al chorro enclenque de agua que aun salía del grifo.

Entonces, fue demasiado, escuchen: sacando fuerza de quién sabe dónde consiguió, tras un esfuerzo sobreavícola, arrastrarse hasta el chorro; pero nada había de glorioso en su sacrificio ya que era la fiebre de un adicto la que lo movía. Estirando como pudo el pico, empezó a sorber aquel líquido, que se me presentaba ahora horrible y monstruoso, capaz de arruinar a aquel pobre animal de esa forma, y sin embargo, no tuve la fuerza de ánimos suficiente como para cerrar la canilla: mi propia bondad había condenado al ave, y ahora la sacrificaba; y yo sin aprender.

Bebió, pero no fueron más que un par de sorbos, no aguantó mucho más, y allí mismo murió. Manuel dijo “estaba muerto aun antes de arrastrarse, el resto fue puro espasmo”. Lo miré, primero a él, luego a Guillermo, finalmente al chuschín; los miré, y tapándome el rostro, lloré.

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Ningún animal No-onírico fue dañado durante este relato (o sea, fue un sueño =P).
El título se agradece por colaboración desinteresada.

sábado, agosto 26, 2006

Charla

Hoy me contaron de este libro donde un cura misántropo tiene interesantísimas charlas con Jesucristo; admito que lo descubrí no sin cierta envidia: Yo siempre intenté hablar con ese hippie simpático, pero nunca me respondió.

Luego de hojear un par de páginas, descubrí que Jesucristo tiene acento español, imagínense mi desilusión: Siempre pensé que era un toque más argentino. De todas formas, sobreponiéndome a esto, seguí con la lectura., aunque, un par de páginas más adelante, me di cuenta de que lo que quería en realidad era hablar yo mismo con el flaco. Y como escritor que soy me dije: Sino podés conseguirlo, inventalo. Así que…
-¿Hablás de mí?- me interrumpió Cristo.
-Sí, sí, justamente- respondí –le contaba a mis lectores de este libro en el que te entrevistaste con Don Camilo.
-Ah… pero- dijo, haciendo una ligera pausa para recapitular –Ese no soy yo, sino ese doble que tenemos todos los famosos y que sale a hacer todas esas cosas que no nos animamos.
-¿Cómo…?- pregunté yo confundido.
-Sí, sí, lo que oís, ya dijo el Colombiano: Hay suelto en el mundo un Yo que se atreve a hacer las cosas que nosotros, por vergüenza o moral, no hacemos. Por ejemplo, su primer aparición (la del mío) fue en el Apocalipsis… Si lo pensás ¿Cómo voy a ir durante todo un evangelio hablando de paz y amor, para al final llenarme la boca de espadas, los ojos de fuego y proclamar la guerra y la destrucción?
-La verdad, no lo había pensado- mentí.
-No te hagás, si hasta tenés cara de inteligente.
-Bueno, no importa, volvamos a lo que me estabas diciendo: Entonces ¿El que habla con Don Camilo…?
-Exacto, campeón- replicó –Es un fake, fijate si yo voy a concederle entrevista personalizada a ese tal Don Camilo, con la cantidad de papeleo que tengo; encima acabo de volver de Saturno con mi viejo (estuvimos haciendo unos hoyitos, no sabés el campo de golf que tienen), y tengo una tonelada de laburo.
-Que te lo haga el doble…- le batí yo.
-Sí…. Ta’fácil, andá’ponelo a laburar a ese, tenés que ser mago.
-Pensé que vos podías hacer cualquier cosa.
-Ja…- respondió, y después de eso no pude sacarle una palabra más.

Me quedé entonces pensativo y cavilante; las palabras de Cristo me rondaban la cabeza como sabuesos acechantes de la razón, listos para saltar sobre una verdad fulminante y traérmela como trofeo de caza. ¿Cuántas veces habría hecho acto de aparición aquel osado doble? Mirándolo así, admití en ese momento, que la historia tenía mucho más sentido, y pensé en muchos otros que habían padecido la misma suerte. Cuánta polémica en torno a la Retórica de Platón, cuántas dudas sobre su autor. Y cuánto más normal es en estos días, que vemos a los eminentes representantes del pueblo hacer declaraciones totalmente opuestas, no un año, sino un día después; claro: Pobres, con tanta opinión suelta es imposible que lleguen a un acuerdo con sus dobles.
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“Mi otro yo” de García Márquez, aparecido en 1982 y recopilado en Notas de Prensa (1991). No pude encontrar el texto en Internet =P, pero tienen o pueden adquirir ese libro, recomendado.

El Don Camilo del que hablo es de
Giovanni Guareschi, y aunque yo lo leí en un libro específico, también son como notas de prensa. No me acuerdo ahora el nombre del libro, pero si les interesa lo subo más tarde.

viernes, agosto 18, 2006

Descripción V

Para dejar atrás bobadas innecesarias y demases, voy a publicar algo que no tiene demasiado de publicable. Se supone (según me dijo alguien) que yo debería continuar esto. Lo terminé de corregir ahora hace un ratito (sin demasiado éxito, porque la verdad que la espalda me está matando y eso..) y me pareció que no tenía nada más que acotar.
En realidad no tiene título, es de esos escritos que salen así nomás, porque estamos aburridos una tarde y nos acordamos que nos gusta escribir.
Salud
PD: a ver si en este post tengo 21 respuestas! jajajaja
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Del telar de la muchacha aflora como música visible un río de tela dorada, inundándolo todo a su paso. La muchacha tiene un nombre, pero nos abstendremos de revelarlo por prudencia.
En un lapso menor a tres horas la ciudad se haya empapada. Los niños aprovechan el desorden y la confusión para escabullirse y jugar en los charcos dorados. Los jóvenes vaticinan cambios sociales y se reúnen en los cafés a media vela para discutir la mejor forma de proceder. Los de mayor edad se envían telegramas y citaciones; el teléfono de los jueces no deja de sonar, los detectives piden sin tregua órdenes de cateo y arresto por igual pues ya han encontrado a los culpables. Los sacerdotes aprovechan para recordarnos que el día del juicio final está cerca y que vendría a bien arrepentirnos, y ya de paso hacer cuantiosas donaciones; uno que otro sectario ha abierto un foro en internet y nos invita con promesas de paz y vida eterna a un divertidísimo suicidio-party, donde se garantizan cerveza y orgías. Los políticos… de ellos no sabemos qué ha sido, pues ni uno hemos visto ni han respondido a sus teléfonos desde que se avistó el primer resplandor dorado. Los viejos han prendido ya el número adecuado de velas para los santos y rezado sus veinte rosarios; algunos inclusive ya llenaron el vaso de agua para curar toda clase de gualiches y males de ojo. Los escépticos comenzaron con sus publicaciones llenas de cinismo y observaciones astutísimas, culpando al capitalismo y a la ignorancia, reclamando inmediatamente la declaración jurada del imperio potencia del momento. Los artistas, o al menos yo y por mi parte, nos limitamos a describir y adornar como corresponde lo que nos rodea, pero sin aportar nada al “problema” en cuestión.

La muchacha se ha detenido y junto con ella el río dejó de fluir. Tan sólo pasó media hora y sin embargo ya toda la ciudad se ha secado; ella espera impasible con un “de nada” en la boca y esa sonrisa que llena los ojos de las gentes puras.

Por otro lado, pasada la crisis, la ciudad ha vuelto a la normalidad, tranquilizándose en su mayoría. Anuncios de nuestros ya echados de menos políticos nos informan que se trató de un ataque de alguna fé/ideología alternativa, pero que gracias al esfuerzo conjunto de los distintos órganos de gobierno fue sofocado. Todo regresó a la normalidad, salvo algunas decenas de iluminados que se encuentran ahora en una mejor vida, guiados por el hermano Lâm, quien, para esparcimiento espiritual, se mudó convenientemente al caribe.

sábado, julio 29, 2006

Tu vieja y los libros

Bueno, hoy me desperté, caminé por la calle, tuve recuerdos de hace demasiados años y pensé que iba a ser un día de mierda, de esos que se nos traban en la garganta cuando queremos tragar saliba.
Pero después leí un par de cosas, y quise hacer algo e hice, y miren nada más... Cuentito después de tanto tiempo.
Admito que el cuento empieza como historia específica y después se vuelve general; le hice una corrección superflua, quizá algún día lo termine de arreglar, pero ya saben como es =P.
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Te acordás esa tarde que, mientras charlábamos de lo caro que estaba el café, pero que gracias a Dios teníamos yerba, vos me comentaste de ese librito que por algún motivo había llegado a tus manos, porque ya sabíamos desde entonces que a tu vieja no le gustaba nada que leyeras de esos libritos. Fue gracioso cómo, aunque ella estuviera en su casa, y nosotros en la nuestra, caminaste con un subertefugio tal que a mí me entró risa, risa de esa que si la intentamos contener se nos escapa por los poros y (para rematar) nos pone colorados; entonces vos te ofendiste, tiraste el librito sobre las estanterías (aunque siempre sospeché que quisiste pegarme en la cabeza) y, cruzándote de brazos, hiciste puchero y refunfuñaste un par de puteadas bien guapas. Entonces yo, como hacíamos siempre, me puse todo preocupado, estiré la mano e hice ese puente que tantas veces nos salvó de caernos, y vos, que ya sabías lo que estaba pensando, te entraste a reír también, y la verdad que el café no era tan importante porque de todas formas teníamos yerba.

Esa misma tarde, un rato después, sonó el teléfono y era tu vieja, y vos te pegaste el susto de tu vida, porque justo estabas montada en la silla buscando el librito, y nerviosa me decías Cortale, cortale, rápido, y entonces del otro lado escuchaba a tu vieja que decía una de esas frases que nos congelaban a mí y a vos. Atendías el teléfono y nos olvidábamos del librito, porque sabíamos los dos, vos de toda la vida y yo por ósmosis también, que leerlo iba a ser imposible, que el teléfono o el timbre o el recuerdo siempre iba a sonar, y que de la primera palabra (con suerte, porque sino del título) no íbamos a pasar. Inclusive, te acordás, llamamos al vecino, el pibito ese que usaba los lentes sin cristales (quién sabe por qué) para que nos leyera, porque a lo mejor así se podía, pero entonces un zumbido imposible de ignorar nos volvía sordos, y a él le entraba la tos, leía una palabra ininteligible, tosía, se resfriaba, le daba gripe, una apoplejía, caía en estado catártico y todo junto ahí mismo en menos de tres segundos y teníamos que resignarnos Andá pibe, está todo bien.

Y más a la noche, pasó como nos pasaba siempre que encontrabas de esos libritos. Nos fuimos a la cama, haciendo como quien no quiere la cosa, sin hablar del tema en todo el día. Pero no pegamos un ojo en toda la noche, aunque tampoco dábamos vueltas en la cama, por miedo a que la inercia del movimiento nos llevara indefectiblemente hasta una silla y de ahí, ya con una inexorabilidad absoluta, nos arrastrara hasta las estanterías: Y estaríamos a media madrugada, en la oscuridad plena, buscando el librito y pensando a la vez que si sonara el teléfono nos moríamos del infarto ahí mismo. Por eso nos quedábamos quietecitos, calladitos, como ratones que saben lo que les conviene porque sino…

Y al otro día, vos con maquillaje, yo con café, disimulábamos lo mejor posible las ojeras. Y del tema aun no se hablaba, porque la menor mención hubiese deparado en juramentos de amor eterno y Dale, yo lo busco y vos descolgá el teléfono, después nos vamos, al Perú o Bolivia, allá no hay drama, leemos y mi vieja no se entera. Pero sabíamos que si descolgábamos el teléfono iba a ser peor, porque lo que sonaba entonces era el timbre, o se le partía la pata a la silla o quién sabe qué cosa.

Igual, vos y yo (tal vez vos inclusive más que yo), ambos sabíamos desde el primer instante, desde ese momento en que los ojos hacen reconocimiento, aun sin que el cerebro haya interpretado, desde ese lapso, teníamos plena conciencia de que nunca íbamos a poder deleitarnos con aquella lectura, nunca íbamos a descubrir lo que decía el profeta loco, o el poeta poseso; imposible, ya lo sabíamos, pero resignarnos hubiese sido una estupidez, porque así como a nosotros nos quitaba el sueño, era seguro que a tu vieja también, que ese libro era como un tenedor debajo de su colchón de reina, y que mientras nuestros corazones (el tuyo y el mío) albergaran el más mínimo sentimiento de curiosidad, ella no iba a poder pegar un ojo (ni nosotros, pero cómo la gozábamos a la vieja).

Por eso nos entraba la risa, desde que mencionabas el librito, desde que la idea de la travesura se nos aparecía, ya la risa era incontenible, imaginarnos a tu vieja mirando la tele, sentada en el sillón gordo, y (al principio) sin saber bien por qué no podía acomodarse, hasta que, como una luz que se enciende de la nada, se le iluminaba la mente (aunque yo siempre creí que era más bien un oscurecimiento); y entonces agarrando el teléfono, llamando a cada rato, especialmente cuando más le picaba la espalda en ese lugar donde rascarse es imposible, aun con ayuda, porque el amable ofrecido jamás comprendería nuestras indicaciones y rascaría cualquier otra parte menos la tan ansiada. Y más nos reíamos (digo nos, porque sé que siempre tuvimos alguna suerte de telepatía) cuando nos la imaginábamos bañándose, y vos me mirabas, cómplice, después arrastrabas la silla hasta el escaparate y ring, ring, ring. Era un chiste, la imagen de tu vieja saliendo mojada y envuelta en una toalla como un chorizo mal armado, discando a toda prisa, primero mal porque los dedos húmedos se le resbalan en el disco, después bien, porque equivocarse dos veces no era cosa de tu vieja. O el alivio nocturno que acompañaba al insomnio insoportable, cuando, animándonos ya a cualquier cosa, nos tomábamos la mano, y con movimientos levísimos, las hacíamos reír, yo a la tuya, vos a la mía, con cosquillas imaginarias (de esas que tanto me gustan), pensando en cómo tu vieja iba a estar dando vueltas y más vueltas, levantándose a cada rato para llamarnos, pero deteniéndose a un número de distancia, una última vuelta de disco, y corta: Porque son las tres de la mañana, y no son horarios para la gente decente; además, sabíamos que no se quería enterar que yo vivía con vos, y por eso el miedo de que la atendiera a esas horas era más grande que el miedo de que…

Ahora, a veces, mientras lavo los platos, me acuerdo del librito y vos me mirás con aire severo, y yo sé que tenés razón, aun cuando la risa se te escapa por las orejas y a mí por la nariz, sé que tenés razón y que no tengo que pensar en él, que a la gente hay que darles un descanso, aunque sea en la tumba. Además, te digo, no creo que al pueblo le guste verla andando por las calles para venir a tocarnos la puerta, no al menos en su estado actual. Por eso termino dejando la idea tranquila, te hago algún comentario sobre el Perú o Bolivia y vos, con sonrisa triste, me decís que tal vez mañana, porque hoy hay que llevarle las flores y eso, y que mejor no hacerle entrar sospechas, no sea cosa que nos arruine los planes. Yo pienso un momento en eso y cierro la canilla, ya todos los platos están limpios.

jueves, julio 27, 2006

Ser

Iba a escribir un cuento de esto que escribí hace unos días. O sea, nunca se hubiesen enterado de esto, porque es pensamiento, y si para algo sirven los cuentos es básicamente para ocultarlos.
Pero después de tanto "la 3? 0,25ctvs", o "25 ctvs la página, aunque por más de diez copias son 20", etc, creo que lo dejo para otro día (eso significa,... uff)

Bueno, igual, les dejo algo, porque ya me enteré de andan frecuentando otros blogs, y me voy a poner celoso eh! =P
Salud ^^

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Perderse un rato por las calles de una ciudad que no sea del todo desconocida, pero tampoco la palma de nuestras manos. Perdernos un rato, aunque sea, sólo un rato. Olvidarse educadamente de los asuntos que no nos incumben, acordarnos de estrellas un rato, no pensar demasiado; dejarse caer en el suelo (de ser posible, en la ruta) y con la mano extendida, observar la silueta recortada contra el firmamento, esa forma plástica que tan familiar nos es, excepto ahora, ligeramente estrellada, pero infinitamente ausente, lejana, ajena.

Así, tendidos, con la mano extendida, con las estrellas desplegadas, con la mente relajada, perdernos un rato; olvidarnos educadamente del mundo, no enviarle tarjetas en navidad ni en el cumpleaños, simplemente no recordarlo, no preocuparse, no pensar. Estar solo, solo como un caracol, ciego por torpeza. Tal vez así sea perderse un rato, tal vez así realmente estemos perdidos, durmiendo en el asfalto, indiferentes de la vida, y aun más, de la muerte.

Comprendernos un rato como silencio; como cuerpo tendido, como ser que no se proclama, simplemente se tiende y es. Perdernos un rato, olvidarnos (también acá educadamente) de que siempre hemos sido (y siempre seremos) personas; humanos; hombres; lobos. Olvidados de eso, figurarnos la realidad como una mancha de salsa recién hecha.
Despejar la mente. Perdernos. Olvidarnos.
Relajarse.

Uff

O sencillamente, y sólo para variar, olvidarnos (aun educadamente) de que estamos muertos, y fingirnos (sólo un rato) vivos. Escépticos como siempre dirán: “imposible” o falacias tales, pero vamos a ignorarlos (esto, ya si quieren, lo pueden hacer sin educación) y proceder. Primero dejar de sentir el infinito que nos separa, nos aleja. Dejar de creer que todo es divisible, dejar de pensar que alcanzar es una utopía, que la única oportunidad es acercarse, y gracias. Es el primer paso, aunque sea lo último descubierto, o más bien, por esto mismo: Hay que desandar pasos. Olvidado esto, desaprendido y descognocido, negado (prácticamente hablando), dejarse arrastrar hacia la persona más cercana, dejarse arrastrar como lo hacen los cangrejos cuando tratan de huir de la realidad, y el mar les da unas alas ilusorias (pero… cómo se divierten), dejarse sentir y empezar a sentirse también (…)

Fingirnos ahora personas, sonreír un tanto (nada de falsedades, que salga del corazón), perdonarnos viejas penas, tirarlas por la ventana (aunque atadas a un hilito, cuando todo el proceso termine las necesitaremos de vuelta) y ahora sí (por fin) encontrarnos de frente con la mirada de esa persona más cercana, y (plagiando un poco, aunque sabrán perdonarme, yo sé) uniendo frentes como idiotas, jugar un rato al cíclope: De ahí, que sea lo que Dios quiera. En otras palabras, quizá más mías, quizá menos otra cosa, resumiría: Olvidarse de la pavada…; ser.

jueves, junio 22, 2006

Sin Título I

Ponerse melancólico después de una noche de pesadillas es una mala elección. Es cierto, pensar en un par de ojos ahuyenta a cualquier monstruo que haya reptado entre sueños durante los viajes oníricos, pero también, es cierto, atrae a otros que por lo general, son bastante peores.

Un saludo feliz desde el mal dormir y los malos despertares.

lunes, junio 05, 2006

Guernica by Faro


Estaba boludeando en flash, tratando de hacer el "=O" emote, pero fue muy difícil. Entonces preocupado dije "nooo, perdí mi magiaaa" y entonces hice unas lineas y después otras más y al final salió esto.

Cele me dice: "Es el guernica" (al princpio entendí garnica, es que ni idea), y yo le digo "ah.." y entonces fuimos al google y después que me corrigiera la ortografía, encontramos el de picaso (picasso dice cele), y bueno, yo también hice uno (o sea, ya estaba hecho).

Salud =D

Los quiero.. snif..-

martes, mayo 30, 2006

Descripción IV

Un poco de tontería.
Disculpen la amargura =P
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El despertar diario es una tarea para valerosos o inconscientes. Pensar en lo que nos aguarda; esas cosas que deberemos hacer, aunque no queramos, esas cosas que no haremos, aunque querremos; esas cosas que nos pasarán y ni siquiera notaremos, y aquellas que las notaremos en el vientre, como una nausea profunda indisipable, imposible de evitar que nos suceda.

Reinventar las excusas que a diario nos decimos para seguir caminando, dando los pasos de todos los días, las tareas huecas, la rutina infinita que promete un mañana mejor, pero al fin y al cabo, siempre un mañana. Y algunos me dirán que tener un mañana es alegría suficiente; y no niego que a mí me gustaría pensar así.

Acercarse a la ventana, observar a todos aquellos que ya pasaron por este proceso, gente caminante, un albañil, un taxista, un oficinista, un estudiante: gente. Observarlos y sentir que entre ellos y uno hay mil abismos, mil distancias diferentes; vacíos impenetrables. Saberse ajeno a todos, y sin embargo... todos más ajenos que uno mismo.

Finalmente: Encontrarse con ese montículo de polvo, ese par de redondeles abultados, contorneados por una cordillera de pelo, ese pico con dos orificios, la comisura rosada de los labios, y el cansancio que lo envuelve todo, manteniéndolo junto, impidiendo que las cejas se escapen por un gesto, o los ojos crucen el umbral por el puente de algún sueño. Observarse y sentir el sinsentido que es la propia persona, el rostro nuestro. Ver todas esas cosas juntas (nariz, ojos, boca) y no entender por qué... Porque bien podrían estar en otro orden, en otro lugar, y aun seríamos nosotros mismos. Tal vez esto es lo que más desespera: Saber que aunque un cambio tan rotundo, como el tener la nariz en la frente, se diera en nosotros, aun seríamos quienes somos... Aun seríamos así; y no tiene sentido.

En invierno con un poco de agua helada alcanza, se disipan los pensamientos. Hundimos el rostro entre las manos, y el agua se filtra por todas partes. Se agradece, digo gracias, se separan las manos, respiramos profundamente, y estoy listo.

Cierro esto, abro aquello, me pongo esto otro, guardo algún libro, y ya. Abro la puerta, llamo el ascensor, saludo al guarda, me estremezco por el frío (esta parte me gusta), y mirando al cielo me doy el gusto de pensar en sus ojos una vez más, recordar qué sueño visitó esta vez exactamente, y ya. Estoy despierto, o al menos, tan despierto como puedo estar.

martes, mayo 09, 2006

Dudaba

Yo encontré a esta fea mujer acostada, semidormida, y la empecé a besar. Pero la besaba con violencia obscena, estudiando todos los recovecos de su boca con mi lengua, sintiendo como el asco se infiltraba por mi garganta, se apoderaba de mi estómago y luego, con velocidad de diástole/sístole, se esparcía por todas mis venas. Y sin embargo yo permanecía impávido, y continuaba con la tarea con precisión metódica.

Fue entonces, cuando de reojo, vi tu sombra que se asomaba por la esquina, y a pesar de estar seguro de que vos aun no me habías visto, de que no tenías idea siquiera de que yo estaba allí, ni mucho menos de lo que estaba haciendo, una vergüenza infinita, como un calor asfixiante, se apoderó de todo mi ser. Y escupiendo prácticamente a la mujer que antes besara, salí corriendo tras de vos, usando todas mis fuerzas para alcanzarte, pero con el resultado infértil de un sueño; mis piernas siempre unos metros más lentas que las tuyas, que huían de quién sabe qué bestia, aunque yo tuviera la sospecha, de que esa bestia, era yo.

Y en la carrera frenética por alcanzarte, imágenes que yo sabía eran terribles, pero que en el momento no podían importarme menos, se precipitaban a diestra y siniestra. Niños siendo mutilados por bandas de degenerados, mujeres muertas con mocosos desvalidos, desamparados muertos de hambre, y Dios sabe que no quiero recordar ahora mismo qué más, pues no podría, en este momento de conciencia, aguantar el espectáculo.

Y así llegué finalmente a un callejón muerto, sin salida alguna, y tu sombra que largamente perseguí, estaba ahora desvanecida, pensé que tal vez te habías filtrado entre los ladrillos de la pared, porque siempre habías sido un poco como eterea. Pero fue un pensamiento fugaz, tan fugaz, que ni a pensamiento llegó.
Desperté entonces, y con los músculos aun tensionados, sintiendo con mi lengua las yagas que en sueños me había hecho en las encías por friccionar los dientes, supe, sin dilación alguna, lo que tenía que hacer, y no dudé ya.

La Vecina

Un día descubrí con mucha sorpresa que mis vecinas del frente de calle eran lesbianas. Bueno, no lo descubrí yo, lo descubrió alguien y me lo comunicó: "¿Sabías que son lesbianas?" y yo sorprendido dije "no".

Me dije: Pero no importa eso, seguro son personas normales, como todas.

Resulta que igual yo no creía en lo que me habían dicho y dudaba, jamás las había visto hacer nada sospechoso que indicara esa naturaleza. Hasta que cierto día, las vi en pleno balcón intercambiando humedad a través de sus bocas. Comprobado entonces, dije: "Mirá vos".

En cierta otra ocación (porque han de saber que yo soy una persona que pasa gran parte de su día sentado en la ventana) que me encontraba así, sentado y tranquilo, viendo el mundo ir y venir, descubrí que la vecinita lesbiana engañaba a su pareja lesbiana con otra amiga lesbiana. Y dije: "Mirá vos".

Así siguieron los días y dio la casualida de que al cabo alguien me dice: "¡mirá, están mirando Venus!", y yo "nah", e ignoré todo. Teníamos prisa y no había tiempo de ver el mundo ir y venir. Pero así, resulta, que luego de un par de semanas, con ya todas las tareas realizadas y con la tranquilidad de que se tienen un par de horas para tirar por la ventana (literalmente), me encuentro con que en efecto, las vecinitas lesbianas miran el canal Venus (y con bastante asiduidad). Y yo me dije: "Mirá vos".

Así que luego de un largo análisis de la situación, y volviendo a mi planteamiento original, puedo decir con seguridad absoluta de mi afirmación, que: En efecto, estas vecinitas del frente, son como todo el mundo, gente normal si las hay.


PD para los de curiosidad morbosa: Las lesbianas, a pesar de la creencia popular, no suelen darse baños de crema en pleno living, ni reproducen el desenbarco de normandía semidesnudas con sus amiguitas de la "facu" (acto conocido comúnmente como orgía).



Concluyo.


=P

sábado, abril 22, 2006

Ni sé cómo titularlo =P

Bueno... Finalmente escribí algo ^^, van a ver que (no) valió la pena esperar tanto =D
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Como aquella vez que terminamos peleados, y nos fuimos cada uno por su lado. Encima que la gente pensó que nos sentíamos demasiado mal por los heridos, pero claro… No tenían nada que ver, la cosa era entre vos y yo. Y yo tomé por Independencia hasta rondó, doblé ahí y volví por Buenos Aires y te encontré cruzando la calle, me senté porque no sabía qué más hacer. Pensé que si me sentaba, no sé, iba a ser como que a eso había ido y que el encontrarte no cambiaba nada. Y vos me miraste con ese ceño fruncido tuyo, ese que siempre me desgarró todo porque realmente yo pensaba que me odiabas en ese momento, pero entonces no sé qué hice, y a vos se te escapó una sonrisita, y no pudiste contenerte y miraste para otro lado, riéndote como si te hubiese atrapado haciendo una travesura. Me acerqué y nos fuimos a alguna plaza, seguramente San Martín (porque era la más cercana), te acordás, que nos quedamos sentados un rato y charlábamos de cosas que ya no eran más, pero que volvían a ser, no sé, todo era tan tristemente alegre ese día, tan fugaz, porque aunque estábamos riéndonos como tontos, como enamorados, los dos sabíamos que no iba a durar nada, como cuando jugábamos al jenga.

Y finalmente nos arreglamos, como siempre hacíamos, nos arreglamos con risas y un par de caricias, como tapando más que arreglando, pero bueno… Así hacíamos vos y yo. Y volvíamos al accidente porque yo sabía bien que hacías mucha falta allá, que sin vos todo aquello iba a ser un caos. Y al llegar yo pensé que teníamos que separarnos, llegar cada uno por su parte, porque sino iban a pensar que nos fuimos por algo que no tenía que ver con el accidente (es decir, se iban a dar cuenta…) y la gente nos iba a decir cosas, nos iba a decir que éramos unos irresponsables que cómo podía ser y que en sus días la gente se cortaba el pelo y la carne valía la mitad. Entonces nos separamos, me acuerdo, y entre el despelote, los ruidos y la sangre de los hombrecitos esos accidentados creo que te perdí, y creo que ya no me acordé bien de por qué estaba ahí, y de sueño en sueño me perdí en alguna fantasía de esas en las que vuelo o tengo magia o qué sé yo qué pavada de pibe que soy (o quiero ser).

martes, marzo 07, 2006

Descripción III

"Me siento totalmente asfixiada por la única forma de liberarme.
Las palabras son mi piel."

Leí esto por ahí y, aunque ya me olvidé dónde, me gustó suficiente como para inspirarme alguna cosita... A ver qué sale.

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La linea se estira, casi un centímetro, entonces se quiebra de golpe, convirtiéndose en un ángulo, uno de noventa grados. A continuación, el quiebre describe un semicúrculo, cerrándose sobre sí mismo hacia la linea primera, dejando algo (sino igual) muy parecido a la letra "P". Así empieza un palabra, así nace. Con la primera letra, y casi automáticamente (como si fuese innato) las otras letra se agolpan formando la "Palabra" de turno, la que dará inicio (ya un poco menos natural) a la frase, frase que, a su vez, dará nacimiento a una idea, un concepto, párrafo o historia. Así empezó, así empieza y así empezará. Narración. La letra puede ser pintada con un instrumento gráfico (lease Lápiz, Lapicera o Dedo del Goteamiento Sanguinoliento) o simplemente pronunciada sin mucha discriminación, como pegada por artes mágicas a otra letra más, algo así como "pá", sílaba que suena más o menos como el sonido básico del infante (variación con "má", "dá", etc).
Así nace todo lo que vamos a decir o escribir. Así empezaron frases tan vanas como "mi mamá me mima" o tan importantes como "Se declara formalmente la guerra" (aunque a opinión del autor, es más importante el mimo de mi mamá que le guerra, por más formal y declarada que sea, qué sé yo). Y así empezó este escrito, el cual trata de dar sentido a algo que me rondaba por la cabeza antes de empezar a escribir, pero como sucede comunmente (desgraciadas del infierno) la idea decidió perderse en cuando puse las manos sobre el teclado.
La intención primogenea de este escrito fue crear algo que fuese acorde con el tinte emocional que cubre mis días (o sea, tenía ganas de contarles cómo me iba y eso), pero terminó teniendo un tono un poco más cómico de lo que yo esperaba. Será que está en mi eso de hacer chistes cuando menos quiero y ninguno cuando debería (soy como un tipo aburridísimo y molesto a dos manos).
"Sí, pero al margen", este post es de relleno, puesto para que lean la frase primera que me gustó mucho y para demostrarles lo bien que puedo describir la creación esotérica de las palabras y demás (vease que cuanto más común es un hecho, mayor su connotación mística al describirlo).
Sino se reiron hasta ahora, me rindo =P, no tengo capacidades irrisorias.
Saludos para unos, namaries para otros.

sábado, marzo 04, 2006

Pasos y pasitos

Pasitos diminutos. Pasitos inútiles. Pasitos, pasitos. Pasitos que no pueden sortear las raíces, que no pueden evadir las ramas muertas, las ramas vivas. Pasitos, pasitos de niña buena, que corren, que la corren, ella los usa, y ellos la corren, la ayudan. Pero son pasitos, los pasitos no logran diferencias, no salvan distancias. Pasitos, pasitos; pasitos de niña.

Pasos inmensos. Pasos viciosos. Pasos, zancadas. Pasos que acortan en un segundo las distancias, que arrastran el peligro, que lo llevan consigo. Pasos, pasos de lobo malo, que persiguen, que lo corren, él los usa, y ellos lo corren, lo ayudan. Porque son pasos, pasos que alcanzan objetivos, pasos de cazador, de bestia. Pasos, pasos; pasos de muerte.

La niña jadea, desesperada, asustada, lloriquearía si pudiera, pero aun no ha tomado conciencia de lo que realmente va a suceder, pues es una niña y aun no tiene la experiencia, no fue devorada todavía, y como viene la historia, no lo será después. Se tropieza, sus rodillas le duelen porque dieron de lleno contra una piedra (roma por suerte) y ahora la piel le sangra y las fuerzas se le escapan por las heridas, como si fuese agua que mana por las tuberías dañadas ¿Pero qué importa? En pie, y de vuelta a correr. Los bucles dorados, una vez perfectos, están ahora enmarañados, sucios de barro y de lágrimas, de mocos y miedo. El aliento lujurioso en la nuca, lujurioso de sangre, de carne. Su pequeña caperuza desgarrada de un zarpazo invisible, lo poco que quedaba de su valor hecho jirones, sus fuerzas doblegadas, las rodillas vencidas, ya no puede más, sus piernitas (hechas para dar pasitos) no pueden aguantar ese ritmo.

El lobo da un salto, la rodea, salta de una piedra hacia un árbol como una pelota que pica, hasta quedar encima de ella, regocijándose de su victoria, de la cacería fructuosa. Abre las fauces y envuelve la cabecita de la niña, la niña que cierra los ojitos, ojitos hechos para ver el sol, las flores, a su madre, a su padre, pero nunca unas fauces, ni de lobo ni de hombre, ni de nada; las fauces no son lo que esos ojitos deberían ver, por eso se cierran.

El lobo ya siente el sabor de su piel, porque la lengua le cae como muerta sobre la carita de la niña, y saliva, saliva de loco placer, frenética hambre insaciable de lobo asesino. Y de un golpe las fauces se cier…

No.
Así no es, así está mal. Esta historia no existe, porque no puede existir. Así no debe ser, estuvo mal desde el principio.
Sí.

Una manito pequeña, una manito de niña, agarra la garganta del lobo, la aprieta, como si fuese una flor en el prado, la aprieta con fuerza, un segundo, dos segundos, tres segundos: la garganta cede, se parte, se rompe.

Garganta gruesa de lobo malo, garganta hecha para tragarse niñas, abuelas, leñadores. Garganta rota de lobo malo, garganta hecha para tragar aire, inútil ahora. El lobo intenta retroceder, sus fuertes piernas no entienden, antes eran fuertes, ahora ya no. La niña lo aferra por la garganta, aprieta con más fuerza, aunque ya la rompió sigue apretando, quiere hacerla polvo, porque antes no tenía valor, no tenía fuerzas, y ahora sí; tritura.

El lobo patalea, intenta gemir, intenta zafarse, luchar, sacar fuerzas de la galera. Pero para todo esto necesita su garganta. Las patas del lobo se retuercen, arañan, desgarran las ropitas de la niña, remueven la tierra húmeda del suelo, escarba en busca de alivio. Ya se rindió, ya sabe que no puede escapar; escarba en busca de la muerte, pero ésta no llega.

La niña se pone en pie, desnuda, sostiene aun al lobo, al pobre lobo, lobito. La niña es grande ahora, su mano no se abre, no quiere soltarlo, le aprieta el espíritu, lo tortura, porque ella sabe que si lo suelta él se muere, y ella no quiere eso. No, no, aun no. La niña lo sostiene sobre el suelo, su cuerpo inerte, pobre lobo, sin esperanzas de alivio, de muerte.

Y ahí la sonrisa le nace, la sonrisa de lobo, se relame, se regocija de la cacería fructífera. Parece que va a reír como reiría una niña, pero de su garganta de niña sólo sale un aullido, uno lleno de lobonidad, de hambre, de lujuriosa sed. Y la sonrisa se le borra, devorada, la pobre loba, pobre. Pobre niña lobo, qué culpa tiene.f

sábado, febrero 25, 2006

Pared

A pesar de que son las entradas menos leídas, yo sigo dejando cuentitos, porque es lo que más me relaja =P, y al fin y al cabo, este blog es mío desgraciados! ^^
Un saludo
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Vivíamos cada cual de su lado. Ellos se llamaban Fernández, nosotros Martínez. Ellos tenían el pelo como enrulado, horriblemente rubio. Nosotros, en cambio, hermosas cabelleras negras y lacias. Ellos eran torpemente altos, siempre inclinándose para entrar por las puertas, siempre irguiéndose para mirar por encima de la pared, para ver lo que hacíamos. Nosotros en cambio, de estatura adecuada, no teníamos que inclinarnos y si la tentación de espiar nos asaltaba, daba igual, porque de todas formas no podíamos mirar por encima de la pared (excepto desde el segundo piso). Las diferencias siempre fueron innumerables, casi tantas que uno podría decir “ellos son de una especie, nosotros de otra”.

El tío Enrique era el que nos despertaba por las mañanas, él ponía el tocadiscos a todo volumen, nos sacudía las camas un poco haciendo marchar al escuadrón de termitas patonas, y finalmente abría las ventanas. Nos levantábamos de mala gana, aunque rápidamente llegaba el pensamiento de las tareas que teníamos que hacer aquel día. Juntar todos los clavos del patio, con diez de ellos armar un balde que tenga la capacidad de contenerlos a todos, luego llamarlo al primo Aurelio para que se los lance a los Fernández, cruzar los dedos para que le pegue a alguno, y luego continuar con la recuperación de las defensas rotas el día anterior. Preparar la comida, limpiar la casa, cuidar a los heridos y mantenerse a salvo eran cosas de todos los días, por lo tanto nunca nos motivaron para levantarnos.

El perico salió de no sé dónde. Un día estaba ahí, tenía una pluma y escribía en papel higiénico. Al principio le tirábamos con los zapatos, pero cesamos rápidamente, con los clavos en el suelo no se puede andar descalzos: Así lo atestigua Robertito, que perdió su calzado al lanzarlo por encima de la pared y al rato perdió la compostura al pisar un clavo con plena planta del pie. El bicho, el perico, a veces se nos quedaba mirando durante horas, con la pluma en una mano y el papel en la otra, aunque luego de un análisis nos dimos cuenta de que jamás escribía nada. El papel (a pesar de ser escaso) nunca se le terminaba. Así que dijimos: Podemos dejarlo en paz, si es un espía es uno muy malo.

Pasaron así los días con el perico que nos miraba impávido, nosotros tirando nuestros clavos, los Fernández tirando los suyos, a veces levantando un poco más la pared, hasta que poco a poco ganamos total cobertura, y ni ellos ni nosotros pudimos ya ver para el otro lado (ni siquiera desde el 2do piso). Y ahora Aurelio ya no podía tirar los clavos sólo con sus brazos, empezamos a desarrollar métodos sofisticados para el lanzamiento de los clavos, y métodos más resistentes para soportar las rociadas de los Fernández, ya que ahora sus clavos caían por algún motivo con más fuerza y potencia, perforando las simples protecciones de tergopol.

Todo se mantuvo tranquilo, hasta que el perico empezó a escribir. Escribió primero lo que pareció una palabra, y todos nos pusimos nerviosos, algunos se descalzaron y a pesar de las múltiples heridas que sufrían sus pies corrieron hasta el perico y le lanzaron los zapatos, pero obviamente el dolor no les dejó ajustar la puntería y fallaron. Luego escribió un poco más, unas pocas palabras, tal vez una simple frase, pero igualmente peligrosa… Guardó la pluma y el papel y alzó vuelo. Un sudor frío me empapó la espalda. Parecía que todo estaba perdido.

Formamos un escuadrón de recuperación que haría lo impensado: Cruzar la pared, capturar al perico (vivo o muerto) y recuperar el mensaje, si es posible, antes de que los Fernández lo estudien. Situaciones desesperadas requieren soluciones desesperadas. Estábamos ante un momento de todo o nada, y no podíamos ponernos a pensar en las contingencias de la vida. Aurelio iría para encargarse de cualquier problema violento que nos encontráramos, el tío Enrique vendría por si alguno se dormía, y luego estábamos el Paco, Josefo y tal vez Herodes.

Cruzar la pared fue más sencillo de lo que pensábamos. Salimos primero por la puerta nuestra que daba a la calle, luego caminamos por la vereda como quien va a comprar el pan (con la sutil diferencia de que doblamos para la derecha, y no para la izquierda) y luego, llegando frente a la puerta de su casa, nos detuvimos, siendo invadidos por un respeto silencioso, o tal vez un simple pánico momentáneo, de todas formas, recuperamos nuestra determinación, y abrimos la puerta… Como esperábamos, los muy tontos estaban demasiado confiados y no apostaron guardias en la entrada. Como con pies de lanas nos movimos por toda la casa, y salimos al patio, allí mismo vimos al perico, durmiendo sobre la rama de un limonero; no podíamos creer nuestra suerte: tenía el mensaje en la pata. Como era de esperarse, fue Aurelio quien sin dudarlo, dio un salto y le encajó un coscacho al bicho, que cayó inconsciente en el acto. Lo agarró, lo sacudió un poco: Cayeron pluma, papel y mensaje, todos juntos. El Paco los agarró, dimos la vuelta, y salimos corriendo, un gran problema porque Enrique acostumbrado a acompañar en su marcha a las termitas patonas dio pisotones a cada paso, despertando a los Fernández. Uno de ellos, grandote y de mirada fiera nos cortó el camino, Aurelio le metió un trompadón y pasamos saltándolo o esquivándolo. Fue al único que vimos, de los otros sólo escuchamos los gritos que venían de atrás, injuriando nuestras personas y las de nuestras madres. Por fin salimos de ese lugar infernal, doblamos a la izquierda y ya estuvimos en nuestra casa. Respirando agitados nos miramos unos a otros, serios, pensativos, y como es normal en este tipo de situaciones, entramos a reírnos con ganas.

El Paco sacó el mensaje, se lo pasó a Josefo que tenía un postgrado en lenguaje avícola, y este lo leyó en voz alta.
-Dice- carraspeó un poco, porque tanta acción le había dejado un nudo en la garganta y prosiguió –“¿Cuál es la diferencia?”
Miró el papel por atrás, por adelante, lo dio vuelta, tapó un par de letras con los dedos y cuando no supo qué más hacer nos miró. El buen ánimo de antes había desaparecido, y una sensación extraña nos invadía, y ninguno sabía bien por qué.






Este cuento nació de la frase:
“Y el perico se cayó al mar. Y mandó un telegrama que dice: ‘¿Cuál es la diferencia?’”
Haciendo una extrapolación de "mar" y de "cayó" y de "demás", se puede entender un poco la relación que tiene este cuento con esta frase xD..... Perdón =P






martes, febrero 14, 2006

No pise el césped, por favor

O su versión más popular “Prohibido pisar el césped” so pena de muerte (acotación que generalmente no es incluida, pero se sobre entiende). Es un mensaje que tal vez la mayoría de nuestros lectores preferiría ignorar antes de dar la vuelta consecuente que amerita recorrer los caminos preestipulados por las nobles ordenanzas municipales. Tal vez argumenten: “Yo en casa piso el césped y nunca pasó nada”, lo cual siguiendo la lógica del sentido común habilita al lector a pisar el césped de zonas públicas y/o privadas. Sin embargo esto no sería otra cosa que una tendencia retrógrada a nuestras viejas costumbres inductistas, obviando en el proceso un siglo de avances científicos y psicológicos (¿o era pcientíficos y sicológicos?), pues su análisis pseudo empírico deja de lado un sin fin de variantes y suelas. Es sabido que aquellos céspedes protegidos por la mencionada leyenda son susceptibles día a día a una innumerable cantidad diferentes de pies. A veces son zapatillas, a veces botines, otras tacones, en ocasiones sandalias u hojotas, hasta se ha llegado a notificar de salvajes que osan pisarlo descalzos, sin mencionar los animales: Y no sólo los más populares –perros, gatos, lulus-, sino también esos más ignorados, pero que posiblemente tengan tanta importancia (cuando no más) que los antes mencionados; hablamos ni más ni menos que de los conocidos hipopótamos con sus degenerados giros de ballet, los cocodrilos capaces de descargar cantidades ingentes de saladísimas lágrimas, o las avestruces (no mencionemos sus odiosos hábitos), los chimpancés, los dodos, los kiwis, los ciempiés (y sus desagradables primos los milpiés), las boas constrictoras (cabe mencionar que en una primera versión de este documento incluíamos las anacondas, pero gracias a un detallado informe de nuestros colaboradores, podemos decir, sin miedo al error, que las anacondas son incompatibles con el césped de plaza pública por su mortal alergia al mismo), y quién sabe cuánta alimaña más (tan dañinas para nuestro querido césped).

Es por todo esto que desde la noble institución que nos une como miembros fieles de la Municipalidad (nótese por favor la simplicidad con la que se enuncia “Municipalidad”, sin ningún tipo de adjetivo empalagoso, dejando en evidencia nuestra tan apreciada humildad) hace formal por escrito el recordatorio al pueblo argentino para que respete las normativas y cese el pisar los céspedes patrióticos.


Lo saluda atentamente: Su gobierno.
Que tenga un buen día, ciudadano.
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Quiero dejar en claro que este texto no tiene ningún tipo de afiliación política de ninguna clase. Su único propósito, como lo es el de todos mis escritos, es el de la Dominación De La Raza Humana Y Su Posterior Exterminación, acotando además que todo esto se logrará algún día por métodos pacíficos (lease: no violentos, que no pacíficos al estilo general, es decir, de homogeneización forzada).

viernes, enero 27, 2006

La boca del Nihil (Descripción II)

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Ahí mismo, al borde de la cascada es cuando lo perdés todo, cuando te das cuenta de que todo el camino que hiciste fue para nada porque igual ya te perdiste. No es cuando te sentís cayendo, cuando sentís que la gravedad (gravedad de seriedad, aunque también de atracción) te chupa inexorablemente hacia los vacíos infinitos del existencialismo; es justamente antes. Vos marchás tranquilo por el costado del río lejos del peligro de empaparte, porque para eso sos un pensador; los que se empapan siempre terminan pescándose una locura (que hace las veces de resfriado) incurable y crónica (sí, las dos a la vez, como siempre). Y vos te burlás de los que se empapan. Aunque ellos tienen la decencia de pescarse de una rama justo antes de caer por la cascada, porque al estar metidos hasta el cuello pueden sentir cómo cambian las corrientes, cómo el agua se pone patafísicamente fría, cómo las piedras se vuelven más redondeadas, menos tajantes, menos dolorosas, y todo eso no puede ser signo de otra cosa que del fin mismo, de la boca del nihil que ya está ahí; pero ellos safan y mueven pueblos. Pero vos, vos que sos un pensador, no te das cuenta porque estás abstraído pensando en cómo las aguas son grises, marrones, negras, verdes, azules inclusive pero nunca amarillas o violetas ni tampoco turquesas o rosadas. Entonces, pensando en estas cosas (que la mayoría llama pelotudeces, pero vos que sos un pensador sabés que no existen las tonterías, que todo pensamiento vale por sí mismo, más allá de su utilidad o coherencia) no te fijás en el abismo que se abre abajo tuyo. Ibas tan bien ahora que te quedaba tan poco por descubrir, te faltaba un pelo, un nada, y ya estabas en el cielo, en el saber, en el nirvana y esas cosas. Seguro de que ibas a conocer todos los secretos, seguro de que tu próxima sonrisa iba a ser eso, una sonrisa sin tonos, una sonrisa y nada más, clara y pulcra, without everything, excepto por la sonrisa misma. Entonces ya te estás cayendo. Y antes de esta frase, antes del “Entonces ya te estás cayendo” entra esa sensación de que perdiste el tiempo, de que todo fue al divino cohete, de que para nada debiste tomar ese rumbo. Esa sensación que llaman vacío existencial. Aunque a veces ponés en duda la fuerza de esta expresión (en realidad, mientras caes, te das cuenta de que ninguna expresión tiene fuerza), pero entendés al menos que ese vacío, ese por el que te estás cayendo, en realidad está adentro. Y vos te caes para adentro, te caes sin poder sostenerte, porque para adentro no tenés manos.

jueves, enero 26, 2006

Hambre

Toca cuento de nuevo. Me dice uno que perdí el rumbo, que mi blog no tiene sentido de ser. Tiene razón, pero yo lo-mandé-a-cagar-igual.

Este es de un sueño.

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Papá golpeó el plato vacío. Lo golpeó tres veces con el tenedor, mirándonos severamente a todos. Mamá hacía como que no estaba, aunque a veces creo que de verdad estaba ausente. Franco en cambio bajaba la cabeza como aburrido más que asustado. Miraba su plato (vacío) respetuosamente, esperando que papá nos soltara el escarmiento. Pero esa vez no llegó, sólo se paró y caminando lento-lento se fue, supongo que a la pieza, pero daba igual, lo importante era que ahora estábamos solos. Entonces fue como siempre: Mamá volvía, nos acariciaba las caras un poco, yo no la miraba entonces, porque siempre se le mojaban los cachetes y era feo verla así, mojada y silenciosa.

Los días pasaban más despacito en esa época, no les gustaba irse. Con Franco siempre decíamos que el día le tenía miedo a la noche. Tardaba en irse, pero una vez que se no estaba, ya no volvía hasta mucho tiempo después. Mamá se pasaba el día espiando a papá y escuchando la radio, las noticias, siempre con hambre. Se comía las uñas, se peinaba el pelo, hacía bailar el talón. Siempre con hambre. Nosotros en cambio jugábamos en el patio, que por suerte era más grande que la casa, y así no lo veíamos a él. Nos pasábamos el día entero jugando hasta que el hambre nos dejaba pensar en sólo unas cuantas cosas, entonces volvíamos a la casa porque ya era hora de cenar. Nos sentábamos, papá miraba el plato (a veces inclusive lo golpeaba) y después nos decía las verdades, gritándolas, porque las verdades de verdad se tienen que gritar, o no valen nada.

Pero después de la primera vez que no gritó, después de la vez que se levantó y se fue lento-lento, no volvió a decirnos verdades. Se quedaba siempre mudo, a veces todavía golpeaba el plato, pero no decía ninguna palabra y se iba. Se iba y dejaba volver a mamá.

Entonces la radio empezó con las noticias que le daban tanta hambre a mamá. Ahora le bailaban los dos pies, ahora no le quedaban uñas, ahora se parecía mucho a papá.

Y las noticias llegaron. Dijeron lo que teníamos que hacer, que no había otra salida, decía mamá, porque es lo que nos dicen en la radio, y ellos saben, siempre saben. Y papá la miraba todo serio, severo, y meneaba la cabeza, no puede ser, decía. Pero igual llegaba la cena, y el plato vacío, y los tres golpes, así habló el doctor Heraldo Menorsio, licenciado en ciencias de la salud y la alimentación, y papá insistía, no puede ser, y entonces parecía que iba a gritar, pero en cambio se paraba con el cuchillo en la mano, se acercaba a mí, después a Franco, y en los ojos se le metía una mirada rara, una mirada que no habían tenido antes.

No sé qué pasó. Yo le estaba explicando a papá que él era viejo, que mejor él que yo. Yo se lo explicaba mientras estaba en cuclillas sobre él, con el cuchillo a medio clavar en la garganta. En los ojos tenía toda la severidad de siempre, y parecía que iba a decir verdades, y yo me moría de miedo, pero nada salía de él. Mamá estaba calentando el agua en la cocina, muy contenta, le decía a Franco que buscara el machete grande en el fondo, porque así iba a ser más fácil ¡Qué contenta estaba mamá! Y yo le explicaba a papá, y él me miraba, moviendo los labios, diciendo palabras parecidas a las verdades, pero no gritaba, no podían ser verdades. Comerse los unos a los otros, en la radio saben, siempre saben.

miércoles, enero 25, 2006

Descripción I

Brevísima descripción.
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Viento que sopla. Hojas que vuelan. Estrellas que brillan. Luna que observa. Amantes que suspiran. Árbol que oculta. Cuerpos que pican, se rascan. Voces que susurran. Bocas que besan. Hechizo que se entrama. Magia que embruja. Escena perfecta. Cuerpos. Cuerpo. Dos. Uno.

No hizo falta preguntarse por qué ahí. No hizo falta que siquiera se preguntaran si estaba todo bien. Era simple: El lugar los invitó, ellos aceptaron. Así es entre ellos, así fue y así es. Aunque ellos no tienen rostro, ni siquiera nombre o color. Son los amantes. Lo fueron, lo serán. Todos hemos sido ellos, y ellos han sido todos.

Un momento, tal vez, de efímera pureza en la línea de nuestras vidas. Momento donde la razón sabe que no tiene cabida, y ni siquiera se molesta en dar voz de sus pensamientos. Un instante donde somos dueños absolutos de nuestro presente, pues ni el pasado ni el futuro están allí para aconsejarnos, recordarnos o amenazarnos.

Los amantes. Pureza efímera, manchada de humanidad hasta los huesos. Momento único, donde importa todo y a la vez nada. Momento donde valoramos la vida como en ninguno olvidándonos por completo de ella.