Corto la cantidad de hilo justa, aunque seguramente me va a sobrar. Es un hilo grueso, de esos que sirven para coser cuero; también agarro una aguja para cuero, de esas que son curvas y que tanto miedo me metían cuando era changuito y miraba a mi abuelo trabajando en el fondo. Acomodo las cosas en la mesa, saco el espejo, y empiezo la labor. Primero por la esquina izquierda, clavo despacito, y presiono paulatinamente; el pulso me tiembla y me baja la presión: una gota de sangre quiere escaparse, o quizá se perdió, se ve desorienteda. Ya pasó, siento la aguja del otro lado, duele demasiado y la presión sigue bajando, así que hago pasar la aguja de un tirón. Pronto la sangre lo cubre todo, y trabajar cuesta demasiado, con el algodón que preparé de antemano me limpio; ya voy por el tercer agujero cuando tengo que frenarme porque no aguanto más.
Pero no importa. Tengo que seguir. Clavo de nuevo y sale por el otro lado, voy bien; por fin llego a la comisura opuesta, y ya está cellada. Limpio, y tiro con fuerza del hilo, porque ni aun así parece que las palabras se quieren quedar adentro.
Hay algo que quiero decirte, pero sé que es mejor guardármelo.
Shhh.
PD: gracias, enana =D, mirá esa oreja, está copada o no?