lunes, julio 16, 2007

Un árbol en Tururlandia

A ella, y a mí principalmente, nos gusta sentarnos en las ramas de un árbol. No es cualquier árbol, es uno en especial, que tiene muchas ramas y sobre él nos sentimos como sobre ningún otro.
En algunos días, de nubes gordas y gotas negras (¿o era al revés?), lo que más queremos es sentarnos en la punta de la copa, para empaparnos un poco el alma y bebernos toda la risa que podamos. Los vientos soplan fuertes en días como estos, pero no importa porque, mientras yo sostengo la suya, ella tiene mi mano; y aunque sople y sople ningún viento puede tirarnos. Además, él sólo quiere hacernos cosquillas, es juguetón.

Hay otros, diferentes de estos. Días de sol, mucho sol, demasiado sol. Brilla tanto que vemos todo; una vez se me quedó mirando un poco asustada: se te ven las ideas, me dijo. Dimos vuelta las caras, y miramos otro lugar, mucho más lejano, mucho menos nuestro. Así que aprendimos que en esos días podemos vernos las ideas, o sentarnos en las ramas más bajas, donde hay una confortable capa de musgo, que nos hacen doler menos las cachis.

Pero mis favoritas son las ramas de los extremos: están más alejadas del follaje, pero no son tan duras como las más altas. En una de esas nos sentamos la primera vez, con una gorda luna anaranjada de acompañante, parecía una galleta y sé que ella se moría por darle un mordisco. Ahí los vientos casi no soplan, no hacen cosquillas, dan caricias, los soles no salen hasta mucho rato después y los búhos no nos ven tan fácil, así que no tratan (con tanta insistencia) de devorarnos. Creo que también son las favoritas de ella, porque es sobre las que pasamos más tiempo.

Aunque siempre estamos en el mismo árbol, no vamos siempre en la misma rama. A veces nos perdemos. A veces yo voy a la rama más alta cuando hay sol, buscando sus ideas, pero ella se queda en las más bajas; y somos torpes, un poco, lentos para entender y nos perdemos, pensamos pronto más bien que no queremos vernos, antes de creer que simplemente, en ese momento, no queremos la misma rama. Así es como nos perdemos, y vagamos de rama en rama, me canso del sol, y me voy a las más bajas, justo cuando ella se acaba de cansar del musgo confortable…

Pero los dos sabemos que, aunque nos perdamos, y andemos perdidos, y nos sigamos perdiendo, mientras sea ese nuestro árbol favorito y si seguimos saltando de una rama a la otra, de una hoja a la otra, va a pasar en algún momento que caigamos, sin querer (o queriendo), en el mismo lugar.

Y esos son momentos lindos. Momentos de tener las manos transpiradas de tanto agarrarse la una a la otra, de tener los cachetes dormidos de tanto sonreír, de olvidarse de si es o no primavera, que total, para momentos como esos, no hay estaciones.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que hermoso arbol!!! el mismo que cobija, da sombra, da cosquillas y tambien te acerca a las estrellas ^^
lindu arbolitu =)

Anónimo dijo...

"...con una gorda luna anaranjada de acompañante, parecía una galleta y sé que ella se moría por darle un mordisco". Me le imagine todo, y se me cruzaron todas las imagenes en la cabeza para dibujarlas...

/Ro/

Anónimo dijo...

bravo!