martes, mayo 29, 2007

Hola, cómo andan?

Hay una fuerte lluvia en la calle, que se lleva consigo la mugre que descansaba sobre el asfalto, abrigando la tierra; se la lleva en esos ríos de barro que tanto gusta de hacer la lluvia. En esos.

Adentro, también llueve. Llueven palabras y se llevan la mugre que tan abrigados los tenía. Se dicen groserías, se las dicen, con nerviosismo él, con tristeza ella. De a poquito se van abriendo las almas, dejando salir todo lo que había adentro. Hay olor feo, ella frunce la nariz. Pero es verano, así que pueden abrir la ventana, y así lo hacen. Ahora también la lluvia charla adentro, mojándoles las plantas que tan gordamente descansaban sobre el marco de la ventana, mojándoles también un poco las ropas, apenitas, es entre lindo y molesto. Más que nada es lindo porque mojarse es cosa de chicos, cosa de cuando se comían los mocos, y eso los deja descansar un ratito de tanta adultación que se está dando en esa pieza.
-Eh, loco, qué pasa, tan serios que nos pusimos de la nada- dice él, contrastando con el tono de lo que venía diciendo antes. Ella no dice nada, lo mira nomás; él también se queda callado ahora, se siente medio boludo.
-Se me terminó el té.

Es una excusa, claro.

Llevan horas hablando, ya repitieron algunas veces las mismas frases, las mismas explicaciones, aunque cada vez se entienden menos. Cada explicación los deja un paso más lejos. Aunque es cierto que también un paso más cerca: tantas ganas de explicarse las cosas no es moco de pavo. No hay dos personas en el mundo que tengan más ganas de dejarse bien mutuamente, ni tampoco dos que se dejen peor.
-No te entiendo…- dice ella, entre frustrada y temerosa.
-No, ya sé- responde él- tampoco yo te entiendo.

Así se afianzan: no les queda otra. Decirse que no se entienden es lo mejor, casi mejor que entenderse. En el fondo, si se entendieran, no sería lo mismo. No, claro que no, si se entendieran, como suele suceder, no se soportarían.

Si se entendieran serían iguales.
Si se entendieran no serían así.
Si se entendieran no quedaría ya nada de mística.

Además, piensa él, mejor que no me entienda.
Igual, dice ella, para qué me va a entender.


Al final se sonríen.
-Yo te hago otro té, no te pares.

Y se sonríen de nuevo.
Se van a la pieza. La pava queda en el fuego. Cuando vuelvan va a estar al rojo, y se van a reír.

viernes, mayo 04, 2007

Cuento asdf

En un pueblo alejanado de la civilizante ruidosidad de las ciudades, recidía un enmuchachado personaje que por nombre llevaba el de Lalo. Lalo era de bueneantes maneras, es decir, con su actuar bondadicionaba a la gente encercanada a él, y también a los más alejanados.

No eso unicaforma, sino además tenía muchas cualidades enasalsadoras que lo dejaban muy bien paranteado en su comunidad. Entre ellas, la de saber poner la enterrenación bien ordenada y desensuciada, cosa esta que era adorada por los personajes gobernanticiosos de la ciudad.

Pero digámoslo ya sin más elipsiocidad: Lalo era de entenderes inadecuantes, con una capacidad especial para deslumbrarse con la cosa diaria, esa tan bostezantosa. Pero a él de perplejidades nadie le iba a explicar, que sin ir más lejos podía perderse unas cuantas horas estudiando el vaiveniante ir y venir de la cola de un perro. Queremos decir, y no por creernos más (o menos) que Lalo era tonto.

De la engranajeador institución primaria él no pudo pasar. Le dijeron un día que hasta ahí nomás y él que no entendió lo que pasaba siguió rumbo sin chistar. Andás bien, pibe, pero te falta un diente para ser buen engranaje.

Tuvo su atajo de días en los que mantuvo una actitud bastante deambulantosa, miraba los perros y comía en lo del Nacho que le había visto la fisiononante expresión de buenudo que, bien precavido, solía llevar a todas partes.

Suerte de que un día la tía Pocha lo miró con ojos enternizados, y sin pensar que alguna enganación habría para ella misma se decidió a estirar las manos y guiarselo un poco al Lalo. Habló con los personajes gobernanticiosos que ya hemos mencionado y éstos, sabedores de que un favor hecho a la Pocha traía siempre agradables gratificaciones bajovientrales, accedieron con sonrisotas y efusivísimas palabras.

Vieron al poco que el Lalo era nacido para limpiar calles y veredas, sonreírles a las doñas mañaneras y alegrarse por los días de sol tanto como por los de lluvia (aunque en éstos costara el doble la barrida).

Así fue el Lalo, y yo quise que lo recordáramos todos, un rato y un poco o para siempre. Que para mí de engranaje tuvo poco, pero que de haber querido serlo, hubiese sido de los mejores.