lunes, noviembre 28, 2005

A mi Viejo...

Sí, así, Viejo con mayúscula. No porque sea nombre propio (aunque muy impropio tampoco es), sino porque a mi viejo le digo Viejo, porque se lo merece.

Ayer cumpliste años, y te fuimos a visitar. Intenté ahí, improvisando, dejarte unas palabras que demostraran mi aprecio y admiración, pero claro, con mi falta de experiencia como locutor, poco éxito conseguí.

Así que te voy a dar tu propio espaci-ito acá, para decirte un par de cosas.

Ayer cumpliste años, y las cosas parecen volar. Fue casi ayer cuando eras ese tipo severo con el que yo no podía ni me atrevía a hablar. Era tan sólo ayer cuando eras vos, el mismo tipo culto e imponente, pero distinto. Y sin embargo hoy me pongo a pensar, y digo: Qué tipo groso. Mucha agua pasó bajo el río, como dicen y hoy sos de las personas con las que más cosas puedo compartir, de esas personas que te van a aceptar, aunque no estén de acuerdo, aunque no puedan entenderte, te van a aceptar con un entendimiento muy superior al de la razón, ese que sólo se logra cuando se abre el corazón.

Vos me enseñaste con el ejemplo que cambiar es cuestión de hacer. El que hace, hace. Jaja, yo sé que vos entendés por qué digo algo tan obvio como una gran verdad.... Y sabés bien cuánto tiempo me llevó aprenderlo. Y digo más: Digo también que si hay algo en mí que sea apreciable, gran parte la saqué de vos, como esa eterna capacidad de vivir la vida con buen temple, de aprender a apreciar los pequeños momentos y soportar los malos con la dignidad del que sabe que sufrir no es sentirse miserable ni mucho menos que hace falta arrastrarse para pedir ayuda.

Te admiro, Viejo, no porque seas mi padre, sino porque sos un titán, como digo yo. Gracias por no dejarte vencer, gracias por enseñarme todo lo que pudiste y seguirme enseñando todo lo que podés, y aun muchas más gracias por no imponerme estas enseñanzas, sino compartírmelas.

Y de todas formas, yo sé que toda esta admiración que te tengo te da más o menos igual. Que a vos lo que realmente te importa es que yo te quiera. Porque te quiero como a un amigo, y aun muchísimo más, como quiere un hijo a su padre. Por lejos: El mejor padre que yo pudiera querer, ese sos vos.



Gracias de nuevo, porque nunca voy a poder decirlo las suficientes veces, ni vos vas a escucharlo demasiado.

Feliz este cumpleaños, como seguramente lo van a ser todos los que te quedan por vivir.


Andrés Leoni (qué orgullo poner mi apellido acá =)).


PD: Es tan, pero tan probable que jamás leas esto... Pero da igual, como dicen por ahí: Es la intención lo que cuenta =P.

lunes, noviembre 21, 2005

La vida

Un poco largo quizá xD.. Y eso que traté de acortarlo. No da poner cosas así en un blog. Mil perdones -_-.
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La verdad es que con la vida no se jode. La vida es un regalo, y mejor ni chistar. Pero qué regalito… Llegás al mundo, te dan una cachetadita inocente que te duele como nunca nada te dolió antes en la vida (y obvio, de suerte tenés 30 segundos de vida), después te meten en frazaditas, te acurrucan junto a tu mami, y ahí, tranquilito hasta que sea hora de descansar.

Empezás a creer que la vida es más dulce, tenés una cunita, un techo sobre la cabeza, todo el calor y amor que uno puede querer y teta para tirar para arriba (excepto que decidan usar métodos modernos y te encajen una mamadera, pero es un detallito menor). Todo de diez, hasta que llega el momento de la primera comida, y a tus padres se les ocurre que sino te saturan de comidita hasta la garganta, no vas a crecer fuerte y sano. Plaf, plaf, plaf, coma nene, coma… coma un poquito más, y más, así se va a poner como el papá (que es grandote, pero nunca gordo), ¡coma más le digo! ¡Pero basta! Gritás vos ¡Que no soy una bolsa de basura!, y entonces en acto de indignación te decidís a vomitarle toda la blusita rosa a mami. Y ella que pega el grito, y el papi que te dice cosas que todavía no entendés, pero de repente comprendés que quizá no tenías todo el amor que pensabas.

Corriendo, sin que entiendas bien por qué (porque a menos que las cosas hayan cambiado, vos tenés toda la vida por delante todavía), te llevan al médico. Le cuentan con dramatización excelente que el nene escupió la comida al primer bocado (“el primero de la 2da centena”, pensás vos), y el médico los mira con ojos de padre comprensivo. Les sonríe con infinita paciencia y los devuelve tranquilitos a la casa, explicándoles que es normal esa reacción cuando se pasa de los líquidos a los sólidos.

Entonces, no tenés más que par de meses en este mundo, y ya no te alcanzan los dedos de las manos para contar las tragedias que te tocó vivir. Pasando los años llegan al jardincito, experiencia que me voy a evitar narrrar, porque seguramente todos los presentes están lo suficientemente traumados con la suya propia como para encima revivirla aquí y ahora conmigo. Resumamos diciendo: No fue lindo.

Ahí descubriste cosas para las que no te prepararon desde la cuna, como el rechazo, el amor no correspondido (¿por qué no me podía amar? Yo sé que eramos de mundos distintos… yo un pibito de 3 años, ella una maestra jardinera de 28, pero ¿acaso no merecía ser correspondido en mi purísimo amor?), luego, bajando el nivel de requerimientos, terminás enamorándote de la chica que te va a gustar por los siguientes 9 años de tu vida, a pesar de que jamás cruzaste ni vas as cruzar palabra con ella. Conocés a esos amigos con los que vas a estar por el resto de tu vida, pero que al año siguiente se cambiaron de colegio y los perdiste de vista por siempre.

Luego, cuando pensás que ya soportando todo esto la vida no puede volverse más difícil, pasás a la primaria… Primer grado, las piñas con los chicos más grandes, las risas de las chicas cuando se te caen todos los mocos porque andas resfriado. Las sumas, las restas, las letras y las palabras. ¡Ja! Te reís, qué cosas más faciles… La escuela no era tan difícil como dijeron. Entonces: pasás a segundo grando, y te encontrás con la peor de las bestias que jamás pudiera Edgar Allan Poe imaginar: La tabla de multiplicación.
Te quedás aturdido frente a sus innumerables variantes, no comprendés por qué si 2 x 2 es igual a 4, y 2 + 2 es 4 también, entonces ¡por qué 2 + 3 son 5, y no 6 como lo son 2 x 3! De repente la cabeza se te bloquea, y descubrís por primera la desesperación de no entender algo. La necesidad imperiosa de recordar cosas que tanto tu padre como la maestra te dicen que son indispensables para sobrevivir en este crudo y frío mundo, las reglas ortográficas, agudo lleva acento cuando termina en n, s o vocal, y las graves lo contrario, y que las esdrú… esdrúju.. esbrúju.. bueno, esas otras llevan el acento siempre, a menos que sea diptongo, entonces ya te perdiste, y mejor ni me aprendo todo esto, que jamás me va a servir, porque al fin y al cabo era la mami la que se encargaba de lenguas y es menos severa que el papi.

Pasás a 3er grado, sin saber bien cómo, porque jamás pudiste acordarte de memoria ninguna tabla, ninguna regla y nisiquiera la frase aquella de que “mi mamá me mima” (esa la aprendiste empíricamente), y entonces, cuando creés que vas zafando más o menos piola, llega la hora de los deportes. Y vos decís: Yo no soy mejor que nadie en eso de las matemáticas, seguramente les gano a todos en deportes.
Obviamente descubrís que no es así. Descubrís que de hecho, estás entre los peorsitos, y que como para tantas otras cosas tampoco estabas listo para eso de la competencia rabiosa y la humillación de no poder correr los 100 metros sin detenerte a descansar porque se te escapan los pulmones del pecho.

Y todo esto se pasa, se pasa y se pasa. Noches de ensañamiento pensando en la chica que conocés desde el jardín, jurándote como tantas otras veces que mañana le vas a contar todo, le vas a decir cuánto te gusta ¡Y te importa un carajo que se te ría en la cara! Pero bueno… un carajo es mucha cosa, y mejor no le decís nada.

Cumplís los trece, dejás la primaria y sos un hombre. Bueno… O se supone que lo seas. Hay ciertas pistas de que ya no sos el mismo de antes. Primero que nada, tenés pelos en lugares que pareciera fueron hechos para no tenerlos, pero que por algún motivo ahí están. Ya no podés pasar más de tres días sin bañarte porque el resto de la familia, tus amigos y hasta tus profesores queridos te miran con cara de asco y te señalan la puerta. Descubrís que a las chicas les pasó algo raro también: Mágicamente aparecieron dos protuberancias de apariencia esponjosas y totalmente apetecibles en su pecho, y que te provocan tocarte partes de las que no se habla en la Biblia, que tus amigos más osados dicen jamás hacer y que estás seguro, si alguien se enterara de que vos sí lo hacés, quedarías marcado de por vida como la peor escoria del planeta.
Los otros chicos del colegio empiezan a vestir diferente, ropas sueltas, gorras para atrás, comen chicle todo el tiempo, los más maduros inclusive fuman. Y vos que jugás con los muñequitos de Rambo todos los días te sentís totalmente desubicado. Pero no importa, seguís jugando, pero ahora en secreto y solo, escondido bajo tus sábanas, porque es otra de las cosas que si descubren, fuiste.
Y claro, son todos capos con las minitas menos vos. Vos seguís siendo un nabo lleno de inseguridades, te salen granos y te transpiran las axilas cuando estás frente a una. Vos, y nadie más que vos… Y también te callás todo esto.
Entonces vas a hablar con tus viejos. Les intentás contar cómo te sentís, pero el viejo sólo te recuerda que tenés que estudiar o te va a ir mal en el colegio, y la vieja habla de que sería mejor que te cortaras esas chuschas a las que te gusta tanto llamar pelo, y te das cuenta de que tal vez no haya nadie en este vasto mundo que tenga la capacidad de entender lo que estás viviendo… Porque sólo te pasa a vos, y te da tanta vergüenza…

Entonces un día te sentaste distraido en la plaza, a pensar en lo triste que es la vida y solo que estás en este mundo, cuando un perro (que más que eso es una vergüenza porque no es más grande que tu zapato), te muerde el pantalón y te sacude la pierna. Detrás del perro llega lo que a primera vista distinguiste como un ángel, y se llevó tu corazón para siempre. Se llamaba Sofía, o María, o Delina, no importa… Sin saber vos cómo empiezan a hablar, y se dan cuenta mutuamente que todo el mundo no era tan grande, que de hecho, es ínfimo, diminuto, y que no importa nada más que pasar el rato con esta otra persona. Y descubrís que en realidad hay alguien que te entiende tanto, tanto, ¡que sentís que sos vos mismo hecho mujer! Pero mejor… mucho mejor, porque ella es perfecta, macho, ella tiene unos ojos que nublan las estrellas, y una sonrisa que iguala al sol, y cuando te da la mano, vos sentís que el mundo entero no significa nada.

Pasaron dos meses desde que la conociste, y ella te impregna cada uno de tus poros. Respirás su nombre, soñás su nombre, vivís su nombre. Sos de ella, y lo más importante, ella es tuya. Y sos feliz.

Pasaron dos meses, y llega la librete de calificaciones a casa. Y tu viejo que te mira como si vos fueras el culpable de todos los líos del planeta, y te larga el discursito de que hasta que no levantes las notas no vas a ver la luz del día ¡y vos le decís que no tiene derecho a hacer eso! Pero no importa, argumentás fallidamente, en balde, él es como una pared insensible e impenetrable, y termina todo el griterío, y te quedaste solo en tu pieza, pensando en que jamás vas a volver a ver a Sofía (o María, o Delina, o como sea), y sentís que el mundo se derrumba a tu alrededor, y de hecho sino fueras tan hombrecito estarías llorando… Y lo que te sale de los ojos ahora es porque apretabas la cara contra la almohada, pero no tiene ninguna relación con la tristeza que te posee.

Primero la veías una vez a la semana, pero a ella también se le puso difícil la cosa en la casa, y empezás a verla una vez cada dos o tres semanas, y algo raro te pasa… De repente ella ya no parece ser perfecta, y tampoco parece tan tuya como antes. Empieza a molestarte esa necesidad que tiene de hablarte de lo que siente, bah, vos sólo querés pasar el rato, distraerte un poco. Además, no puede ser que siempre que te dejen salir de tu casa sea para verla a ella, ¿y el partidito de futbol con los muchachos? Pero ella no entiende nada de eso… y encima, para colmo de los colmos, te enterás que hay otro que anda detrás de ella, y ella le da pelota. Ma´sí, yo la mando a cagar.


Y así descubrís que las cosas se acaban, de a poquito se acaban, y te reís de lo que pensabas o decías cuando estabas con ella. ¿El resto de mi vida a su lado? Te reís. Y sos inocente, porque todavía no sabés que vas a repetir esa secuencia un sinfín de veces más antes de realmente aprender la lección (no me pregunten cuántas veces, yo todavía no la aprendo).

Y así pasan los años… Y la vida se vuelve cada vez más y más…. Qué regalo la vida, bella, dulce, motivadora, única, fugaz (o eso dicen… yo siento que llevo siglos acá). Cuando cumplís una etapa respirás aliviado, pensando que las cosas van a mejorar, pero sólo terminan para dejar lugar a una nueva, más dura y complicada que la anterior. Una donde todo lo que aprendiste antes ya te es de nuevo insuficiente, y tenés que aprender nuevas cosas, o mejorar lo que ya sabías. Descubrís que la gente es gente donde te criaste, a donde emigraste y posiblemente donde termines. Y en este torbellino de inseguridades y descubrimientos, empezas a agarrarle un gustito extraño a esa vida, a esa permanente e inagotable fuente de sufrimiento y pena (pero que de tanto en tanto tiene sus merecidos y deliciosísimos oasis, hogar de la felicidad verdadera, de esa que no dura ni un instante, y que en cuanto pasó, ya se te olvidó lo que se sentía).
Y te decís a vos mismo, posiblemente sólo para autoconvencerte, que la vida de cualquier otra forma no sería vida, sería un martirio de aburrimiento, y que preferís que todo sea así, complicado y desafiante.

Y que de todas formas, sólo son unos cuantos años, y desperdiciarlos tomando la salida de emergencias sería una pavada tan grande como lo fue elegir nacer en primer lugar.

Te relajás, tomás una cervecita fría, sonreís a los cielos y cerrando los ojos te decís que ya va a llegar mañana, y alguna vez ese mañana será mejor que el hoy…
La vida es dulce, y siempre lo va a ser, pero sólo una partecita. El resto del tiempo hay que bancársela.



Y ya cierro el texto, porque se volvió infinito considerando el poco contenido del mismo…
Y ahora, hago silencio para todos aquellos que no tienen el privilegio de poder tener una vida como la mía, con el gusto de poder quejarse sobre pavadas como las que aquí leyeron y no del hambre o del frío, de los sonidos que tronan y nos hacen pensar que se viene abajo el mundo, esas gentes que viven en lugares que para mí son invisibles…
-silencio-

viernes, noviembre 18, 2005

Epílogo... Prólogo...

Estoy... vivo... Estoy... vivo.... Estoy... Vivo...

Así me late mi corazón, día y noche sin descanso, recordándome que a pesar del sueño me corre sangre por las venas.

Me dice otras cosas: Me cuenta también que he de vivir hoy, y no mañana, y a pesar de que ayer haya vivido, no puedo seguir esperando que con eso me baste. Me dice, en tono solemne: "¡Levántate y anda!" (supongo que me perdonarán el cliché), y yo lo miro, todavía medio dormido, medio pensando en todo lo que aun no he andado, y le contesto: Es un trecho largo... lo es, me retruca él, pero tus pies no lo saben, y son ellos quienes hacen el paso a paso...



Resulta que sabía un par de cosas el viejo, y yo lo escucho... Lo escucho alzando la vista, encontrándome con mi ciudad coqueta vestida de violeta jacarandá, o celeste, como dice la canción (jamás sabré por qué), y respirando ondo me permito andar de buenos ánimos. Sonrío y digo "¡Ha sido!"... Vuelvo a ser yo mismo.
Gracias, viejo =)


Hay gente que tiene la capacidad de decir las cosas con frases bonitas... yo no, pero sí tengo la de plagiarlos!



"La mayor nobleza de los hombres
es la de levantar su obra en medio de la devastación,
sosteniéndola infatigable,
a medio camino entre el desgarro y la belleza."

Ernesto Sábato
(lo pongo chiquito para que nadie sepa de quién es)
PD: no se gasten en decirme que el texto es incoherente, desvariante y aburrido. Ya lo sé =D.

miércoles, noviembre 16, 2005

¿Qué se ve desde el Faro?

Subo hasta la punta del arrecife, y luego me arrastro un tanto más hasta la cúpula del faro. Enciendo la luz y me encuentro con que puedo mirar de punta a punta cada horizonte. Veo muchas, muchas cosas. Algunas más interesantes que otras, con sabor a cosas conocidas, otras muy extrañas, imágenes raras que vienen acompañadas del olor que el amigo viento me trae. Imágenes tristes, en su mayoría, de gente que se ha olvidado que la música no siempre fue una forma de desahogar la pena, sino más bien un camino para dejarla atrás, o enseñarle a ser pena sin ser miseria.
Aunque claro: Nadie negará que para tomar atajos o apresurar la marcha, como la pena, no hay otra igual. La condenada siempre nos alcanza.

Por eso corro. A veces, no siempre. Pero corro un poco, y otro poco más, y entonces me detengo a pensar que, sin darme cuenta me quedé solo. Y en ese preciso instante, la pena me alcanza de nuevo...

Con esta entrada rápida y apurada me presento ante el mundo de los bloggers (qué horrible pensar que yo también soy uno ahora... ¡Nos atraparán!).

Un saludo.