martes, marzo 07, 2006

Descripción III

"Me siento totalmente asfixiada por la única forma de liberarme.
Las palabras son mi piel."

Leí esto por ahí y, aunque ya me olvidé dónde, me gustó suficiente como para inspirarme alguna cosita... A ver qué sale.

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La linea se estira, casi un centímetro, entonces se quiebra de golpe, convirtiéndose en un ángulo, uno de noventa grados. A continuación, el quiebre describe un semicúrculo, cerrándose sobre sí mismo hacia la linea primera, dejando algo (sino igual) muy parecido a la letra "P". Así empieza un palabra, así nace. Con la primera letra, y casi automáticamente (como si fuese innato) las otras letra se agolpan formando la "Palabra" de turno, la que dará inicio (ya un poco menos natural) a la frase, frase que, a su vez, dará nacimiento a una idea, un concepto, párrafo o historia. Así empezó, así empieza y así empezará. Narración. La letra puede ser pintada con un instrumento gráfico (lease Lápiz, Lapicera o Dedo del Goteamiento Sanguinoliento) o simplemente pronunciada sin mucha discriminación, como pegada por artes mágicas a otra letra más, algo así como "pá", sílaba que suena más o menos como el sonido básico del infante (variación con "má", "dá", etc).
Así nace todo lo que vamos a decir o escribir. Así empezaron frases tan vanas como "mi mamá me mima" o tan importantes como "Se declara formalmente la guerra" (aunque a opinión del autor, es más importante el mimo de mi mamá que le guerra, por más formal y declarada que sea, qué sé yo). Y así empezó este escrito, el cual trata de dar sentido a algo que me rondaba por la cabeza antes de empezar a escribir, pero como sucede comunmente (desgraciadas del infierno) la idea decidió perderse en cuando puse las manos sobre el teclado.
La intención primogenea de este escrito fue crear algo que fuese acorde con el tinte emocional que cubre mis días (o sea, tenía ganas de contarles cómo me iba y eso), pero terminó teniendo un tono un poco más cómico de lo que yo esperaba. Será que está en mi eso de hacer chistes cuando menos quiero y ninguno cuando debería (soy como un tipo aburridísimo y molesto a dos manos).
"Sí, pero al margen", este post es de relleno, puesto para que lean la frase primera que me gustó mucho y para demostrarles lo bien que puedo describir la creación esotérica de las palabras y demás (vease que cuanto más común es un hecho, mayor su connotación mística al describirlo).
Sino se reiron hasta ahora, me rindo =P, no tengo capacidades irrisorias.
Saludos para unos, namaries para otros.

sábado, marzo 04, 2006

Pasos y pasitos

Pasitos diminutos. Pasitos inútiles. Pasitos, pasitos. Pasitos que no pueden sortear las raíces, que no pueden evadir las ramas muertas, las ramas vivas. Pasitos, pasitos de niña buena, que corren, que la corren, ella los usa, y ellos la corren, la ayudan. Pero son pasitos, los pasitos no logran diferencias, no salvan distancias. Pasitos, pasitos; pasitos de niña.

Pasos inmensos. Pasos viciosos. Pasos, zancadas. Pasos que acortan en un segundo las distancias, que arrastran el peligro, que lo llevan consigo. Pasos, pasos de lobo malo, que persiguen, que lo corren, él los usa, y ellos lo corren, lo ayudan. Porque son pasos, pasos que alcanzan objetivos, pasos de cazador, de bestia. Pasos, pasos; pasos de muerte.

La niña jadea, desesperada, asustada, lloriquearía si pudiera, pero aun no ha tomado conciencia de lo que realmente va a suceder, pues es una niña y aun no tiene la experiencia, no fue devorada todavía, y como viene la historia, no lo será después. Se tropieza, sus rodillas le duelen porque dieron de lleno contra una piedra (roma por suerte) y ahora la piel le sangra y las fuerzas se le escapan por las heridas, como si fuese agua que mana por las tuberías dañadas ¿Pero qué importa? En pie, y de vuelta a correr. Los bucles dorados, una vez perfectos, están ahora enmarañados, sucios de barro y de lágrimas, de mocos y miedo. El aliento lujurioso en la nuca, lujurioso de sangre, de carne. Su pequeña caperuza desgarrada de un zarpazo invisible, lo poco que quedaba de su valor hecho jirones, sus fuerzas doblegadas, las rodillas vencidas, ya no puede más, sus piernitas (hechas para dar pasitos) no pueden aguantar ese ritmo.

El lobo da un salto, la rodea, salta de una piedra hacia un árbol como una pelota que pica, hasta quedar encima de ella, regocijándose de su victoria, de la cacería fructuosa. Abre las fauces y envuelve la cabecita de la niña, la niña que cierra los ojitos, ojitos hechos para ver el sol, las flores, a su madre, a su padre, pero nunca unas fauces, ni de lobo ni de hombre, ni de nada; las fauces no son lo que esos ojitos deberían ver, por eso se cierran.

El lobo ya siente el sabor de su piel, porque la lengua le cae como muerta sobre la carita de la niña, y saliva, saliva de loco placer, frenética hambre insaciable de lobo asesino. Y de un golpe las fauces se cier…

No.
Así no es, así está mal. Esta historia no existe, porque no puede existir. Así no debe ser, estuvo mal desde el principio.
Sí.

Una manito pequeña, una manito de niña, agarra la garganta del lobo, la aprieta, como si fuese una flor en el prado, la aprieta con fuerza, un segundo, dos segundos, tres segundos: la garganta cede, se parte, se rompe.

Garganta gruesa de lobo malo, garganta hecha para tragarse niñas, abuelas, leñadores. Garganta rota de lobo malo, garganta hecha para tragar aire, inútil ahora. El lobo intenta retroceder, sus fuertes piernas no entienden, antes eran fuertes, ahora ya no. La niña lo aferra por la garganta, aprieta con más fuerza, aunque ya la rompió sigue apretando, quiere hacerla polvo, porque antes no tenía valor, no tenía fuerzas, y ahora sí; tritura.

El lobo patalea, intenta gemir, intenta zafarse, luchar, sacar fuerzas de la galera. Pero para todo esto necesita su garganta. Las patas del lobo se retuercen, arañan, desgarran las ropitas de la niña, remueven la tierra húmeda del suelo, escarba en busca de alivio. Ya se rindió, ya sabe que no puede escapar; escarba en busca de la muerte, pero ésta no llega.

La niña se pone en pie, desnuda, sostiene aun al lobo, al pobre lobo, lobito. La niña es grande ahora, su mano no se abre, no quiere soltarlo, le aprieta el espíritu, lo tortura, porque ella sabe que si lo suelta él se muere, y ella no quiere eso. No, no, aun no. La niña lo sostiene sobre el suelo, su cuerpo inerte, pobre lobo, sin esperanzas de alivio, de muerte.

Y ahí la sonrisa le nace, la sonrisa de lobo, se relame, se regocija de la cacería fructífera. Parece que va a reír como reiría una niña, pero de su garganta de niña sólo sale un aullido, uno lleno de lobonidad, de hambre, de lujuriosa sed. Y la sonrisa se le borra, devorada, la pobre loba, pobre. Pobre niña lobo, qué culpa tiene.f