Se miraron de soslayo, los dos a la vez, sorprendidos del silencio tan poco corto que los había envuelto sin anuncio. Se miraron con miedo, con ganas de que no se note, como si tuvieran delante una fiera lista para devorarlos. Julia quiso carraspear, pero el intento quedó cojo, y en su lugar produjo un chasquido horrible, que no hizo otra cosa que ayudar a que aquel silencio se cerrara sobre ellos.
Ninguno podía ahora decir nada, era tarde ya, se había completado el círculo; las palabras se quedaron fuera, inalcanzables ahora, cercadas por aquello tan parecido a algo pero sin serlo del todo.
No tenía ojos, pero los observaba; no tenía manos, pero los atrapaba; no tenía dientes, pero los devoraba.
Y detrás del silencio llegó una oscuridad, de esas densas e infranqueables, que anidan en lechos de moribundos y que se alimentan de malos deseos; una de esas oscuridades que se comen de a poco los corazones, y al final nos escupen los huesos en la cara, diciéndonos “acá tenés”.
Y la oscuridad empezó a ocuparlo todo, y ellos que no podían hablarse, ahora poco a poco dejaban de verse, y esto los desesperaba.
Sí, los desesperaba. En sus corazones se empezaban a internar las sombras y el miedo los pudo. Sin pensar demasiado comenzaron a buscarse con manotazos, con gritos mudos, con llantos secos. Pero sordos y ciegos como estaban a nadie podían ver u oír que les dijera: “ya, ya está…”.
Del miedo nació esa necesidad, y con la necesidad empezaron a buscarse; pero nunca fue buena linterna.
Con tanto manotazo finalmente dieron el uno con el otro; pero sin ver no pudieron otra cosa que golpearse, y sin oír no escucharon las disculpas, y no quisieron ser menos y devolvieron los golpes: uno, dos, tres… tantos que al final ya no se supo quien había empezado.
Y no entendían, pero pateaban, y chuschaban, y arañaban, y mordían. Así, así al fin los encontraron las palabras, y pudieron decir, pero sus bocas hablaron cosas muy distintas de las que hubiesen dicho antes; y no se reconocieron las voces. Así, así al fin llegó la luz, los había buscado por todas partes, y los encontró enmarañados, pero no se parecían a lo que ella había dejado, no, los unían ahora manos que aferraban pelos o cuellos, pero nada más, nada de lo que viera antes; y entre ellos, gracias a la luz, por fin pudieron verse, pero se descubrieron distintos, no se reconocieron, sintieron vergüenza, se soltaron poco a poco, se acomodaron las ropas, se inventaron excusas, tosieron disculpas y, al fin, continuaron rumbos, él para un lado, ella para el otro.
Y tal vez se recuerden, pero sólo al cerrar los ojos, mirando, tal vez… hacia el pasado.
3 comentarios:
a veces las luces no son buenas... habalndo de ellas que tal tu luz?? lo digo por lo de faro.....
yno escribes???
cambiaste de blog??? o se te acabo la inspiración???
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