Anoche tuve un sueño, me pasa seguido estos días. Sueño que escribo, pero lo hago de una forma que me parece, en el sueño, increible y hermoso. De hecho, en el sueño puedo leer los escritos, y son fantásticos! jajaja, pero al despertar las palabras se empiezan a borrar, los conceptos se debilitan... y finalmente no queda más que una frase. Este escrito que dejo acá nació de una frase perdida por ahí, no importa cual (no traten de adivinar porque seguro le erran, jaja)
De todas formas, advierto: No tiene valor alguno este escrito, fue sólo práctica, y va a ser disfrutado por el que tenga ganas de leer algo y nada más =P. Ligerísima investigación de por medio.. y "walá" (nunca me acuerdo como se escribe, es voilé?)
_________
Aspiró profundamente, tan profundamente, que luego de llenar sus pulmones, el humo le llenó el ser. Los ojos blancos delataban una desorbitación, y la boca ahora semiabierta, semicerrada, dejaba escapar con suavidad el humo, lo dejaba salir a su propio ritmo, porque de sus pulmones no salía ningún aliento.
Denso, el humo se apoderó de todo el lugar, y por fin ella dejó salir todo el aire que la llenaba, como un suspiro, como un resoplido. Y el humo se arremolinó en torno a la mujer, pero ella ya no estaba allí: Su alma se había internado en la noche sin nubes; sin esperanzas.
Caminaba, aunque cualquiera diría que más bien flotaba, a lo largo de unas praderas verdeamarillas, el color que existe sólo entre el verano y el otoño, ese color que deja ver, a través de la vida, el halo de la muerte. Un camino de hojas caídas, piedras florecientes y mechones de pasto atrevido la condujo a su destino.
-¿A qué has venido?- dijo él.
-Otil Nau, mi nombre es Kosp, señora de los Aonikenk- su voz sonaba suave y dulce, como si fuera la de una niña, pues aunque su cuerpo era el de una anciana, su espíritu se mantenía aun joven.
-Sé quien eres, mujer, no es eso lo que he preguntado- explicó con paciencia el espíritu.
-Mi pueblo teme, Otil Nau, la tierra nos ha estado enviando señales, el cielo también…
-Su temor tiene un motivo- interrumpió él –Nuevas gentes, pequeñas y pálidas, se acercan, nadie aquí sabe bien qué es lo que buscan, pero hemos visto sus espíritus… Están sucios y ensucian todo lo que tocan.
Una mano gruesa apretaba la mano de la anciana, su cuerpo le dolía por el largo periodo que había pasado acostada en la fría piedra, la fogata se había apagado hacía ya mucho tiempo. Era Kai Kau, la miraba con cariño y respeto, como la había mirado desde el día en que ella, a sus doce años, le había salvado la vida luego de una mordida de víbora, succionando el veneno de la herida.
-madre Kosp- su voz era gruesa, gutural -¿Qué sucedió?
Ella guardó silencio. “Están sucios y ensucian todo lo que tocan” vino a su mente, y cerró los ojos, buscando entender estas palabras. Eran tiempos de cambios… ¿Estaría lista su gente para el cambio?
-Volvamos, Kai Kau…
Denso, el humo se apoderó de todo el lugar, y por fin ella dejó salir todo el aire que la llenaba, como un suspiro, como un resoplido. Y el humo se arremolinó en torno a la mujer, pero ella ya no estaba allí: Su alma se había internado en la noche sin nubes; sin esperanzas.
Caminaba, aunque cualquiera diría que más bien flotaba, a lo largo de unas praderas verdeamarillas, el color que existe sólo entre el verano y el otoño, ese color que deja ver, a través de la vida, el halo de la muerte. Un camino de hojas caídas, piedras florecientes y mechones de pasto atrevido la condujo a su destino.
-¿A qué has venido?- dijo él.
-Otil Nau, mi nombre es Kosp, señora de los Aonikenk- su voz sonaba suave y dulce, como si fuera la de una niña, pues aunque su cuerpo era el de una anciana, su espíritu se mantenía aun joven.
-Sé quien eres, mujer, no es eso lo que he preguntado- explicó con paciencia el espíritu.
-Mi pueblo teme, Otil Nau, la tierra nos ha estado enviando señales, el cielo también…
-Su temor tiene un motivo- interrumpió él –Nuevas gentes, pequeñas y pálidas, se acercan, nadie aquí sabe bien qué es lo que buscan, pero hemos visto sus espíritus… Están sucios y ensucian todo lo que tocan.
Una mano gruesa apretaba la mano de la anciana, su cuerpo le dolía por el largo periodo que había pasado acostada en la fría piedra, la fogata se había apagado hacía ya mucho tiempo. Era Kai Kau, la miraba con cariño y respeto, como la había mirado desde el día en que ella, a sus doce años, le había salvado la vida luego de una mordida de víbora, succionando el veneno de la herida.
-madre Kosp- su voz era gruesa, gutural -¿Qué sucedió?
Ella guardó silencio. “Están sucios y ensucian todo lo que tocan” vino a su mente, y cerró los ojos, buscando entender estas palabras. Eran tiempos de cambios… ¿Estaría lista su gente para el cambio?
-Volvamos, Kai Kau…
1 comentario:
estuvo bueno, que se yo, a mi me gusto, aunque solamente lo lei como ficcion
Publicar un comentario