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Ahí mismo, al borde de la cascada es cuando lo perdés todo, cuando te das cuenta de que todo el camino que hiciste fue para nada porque igual ya te perdiste. No es cuando te sentís cayendo, cuando sentís que la gravedad (gravedad de seriedad, aunque también de atracción) te chupa inexorablemente hacia los vacíos infinitos del existencialismo; es justamente antes. Vos marchás tranquilo por el costado del río lejos del peligro de empaparte, porque para eso sos un pensador; los que se empapan siempre terminan pescándose una locura (que hace las veces de resfriado) incurable y crónica (sí, las dos a la vez, como siempre). Y vos te burlás de los que se empapan. Aunque ellos tienen la decencia de pescarse de una rama justo antes de caer por la cascada, porque al estar metidos hasta el cuello pueden sentir cómo cambian las corrientes, cómo el agua se pone patafísicamente fría, cómo las piedras se vuelven más redondeadas, menos tajantes, menos dolorosas, y todo eso no puede ser signo de otra cosa que del fin mismo, de la boca del nihil que ya está ahí; pero ellos safan y mueven pueblos. Pero vos, vos que sos un pensador, no te das cuenta porque estás abstraído pensando en cómo las aguas son grises, marrones, negras, verdes, azules inclusive pero nunca amarillas o violetas ni tampoco turquesas o rosadas. Entonces, pensando en estas cosas (que la mayoría llama pelotudeces, pero vos que sos un pensador sabés que no existen las tonterías, que todo pensamiento vale por sí mismo, más allá de su utilidad o coherencia) no te fijás en el abismo que se abre abajo tuyo. Ibas tan bien ahora que te quedaba tan poco por descubrir, te faltaba un pelo, un nada, y ya estabas en el cielo, en el saber, en el nirvana y esas cosas. Seguro de que ibas a conocer todos los secretos, seguro de que tu próxima sonrisa iba a ser eso, una sonrisa sin tonos, una sonrisa y nada más, clara y pulcra, without everything, excepto por la sonrisa misma. Entonces ya te estás cayendo. Y antes de esta frase, antes del “Entonces ya te estás cayendo” entra esa sensación de que perdiste el tiempo, de que todo fue al divino cohete, de que para nada debiste tomar ese rumbo. Esa sensación que llaman vacío existencial. Aunque a veces ponés en duda la fuerza de esta expresión (en realidad, mientras caes, te das cuenta de que ninguna expresión tiene fuerza), pero entendés al menos que ese vacío, ese por el que te estás cayendo, en realidad está adentro. Y vos te caes para adentro, te caes sin poder sostenerte, porque para adentro no tenés manos.
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Ahí mismo, al borde de la cascada es cuando lo perdés todo, cuando te das cuenta de que todo el camino que hiciste fue para nada porque igual ya te perdiste. No es cuando te sentís cayendo, cuando sentís que la gravedad (gravedad de seriedad, aunque también de atracción) te chupa inexorablemente hacia los vacíos infinitos del existencialismo; es justamente antes. Vos marchás tranquilo por el costado del río lejos del peligro de empaparte, porque para eso sos un pensador; los que se empapan siempre terminan pescándose una locura (que hace las veces de resfriado) incurable y crónica (sí, las dos a la vez, como siempre). Y vos te burlás de los que se empapan. Aunque ellos tienen la decencia de pescarse de una rama justo antes de caer por la cascada, porque al estar metidos hasta el cuello pueden sentir cómo cambian las corrientes, cómo el agua se pone patafísicamente fría, cómo las piedras se vuelven más redondeadas, menos tajantes, menos dolorosas, y todo eso no puede ser signo de otra cosa que del fin mismo, de la boca del nihil que ya está ahí; pero ellos safan y mueven pueblos. Pero vos, vos que sos un pensador, no te das cuenta porque estás abstraído pensando en cómo las aguas son grises, marrones, negras, verdes, azules inclusive pero nunca amarillas o violetas ni tampoco turquesas o rosadas. Entonces, pensando en estas cosas (que la mayoría llama pelotudeces, pero vos que sos un pensador sabés que no existen las tonterías, que todo pensamiento vale por sí mismo, más allá de su utilidad o coherencia) no te fijás en el abismo que se abre abajo tuyo. Ibas tan bien ahora que te quedaba tan poco por descubrir, te faltaba un pelo, un nada, y ya estabas en el cielo, en el saber, en el nirvana y esas cosas. Seguro de que ibas a conocer todos los secretos, seguro de que tu próxima sonrisa iba a ser eso, una sonrisa sin tonos, una sonrisa y nada más, clara y pulcra, without everything, excepto por la sonrisa misma. Entonces ya te estás cayendo. Y antes de esta frase, antes del “Entonces ya te estás cayendo” entra esa sensación de que perdiste el tiempo, de que todo fue al divino cohete, de que para nada debiste tomar ese rumbo. Esa sensación que llaman vacío existencial. Aunque a veces ponés en duda la fuerza de esta expresión (en realidad, mientras caes, te das cuenta de que ninguna expresión tiene fuerza), pero entendés al menos que ese vacío, ese por el que te estás cayendo, en realidad está adentro. Y vos te caes para adentro, te caes sin poder sostenerte, porque para adentro no tenés manos.
1 comentario:
Me gusto bastante, pero te equivocas, porque, cuando se dan cuenta de la existencia de la muerte, todos terminan cayendo. Un pensador cae despacito y casi toda la vida, se podria decir que angustiosamente, agonicamente, pero puede en ese tiempo aprender a amar esa caida, entenderla, no temerle, e inclsuo, al final, desearla (como el tipo que entro en el vortice =P)
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