viernes, enero 27, 2006

La boca del Nihil (Descripción II)

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Ahí mismo, al borde de la cascada es cuando lo perdés todo, cuando te das cuenta de que todo el camino que hiciste fue para nada porque igual ya te perdiste. No es cuando te sentís cayendo, cuando sentís que la gravedad (gravedad de seriedad, aunque también de atracción) te chupa inexorablemente hacia los vacíos infinitos del existencialismo; es justamente antes. Vos marchás tranquilo por el costado del río lejos del peligro de empaparte, porque para eso sos un pensador; los que se empapan siempre terminan pescándose una locura (que hace las veces de resfriado) incurable y crónica (sí, las dos a la vez, como siempre). Y vos te burlás de los que se empapan. Aunque ellos tienen la decencia de pescarse de una rama justo antes de caer por la cascada, porque al estar metidos hasta el cuello pueden sentir cómo cambian las corrientes, cómo el agua se pone patafísicamente fría, cómo las piedras se vuelven más redondeadas, menos tajantes, menos dolorosas, y todo eso no puede ser signo de otra cosa que del fin mismo, de la boca del nihil que ya está ahí; pero ellos safan y mueven pueblos. Pero vos, vos que sos un pensador, no te das cuenta porque estás abstraído pensando en cómo las aguas son grises, marrones, negras, verdes, azules inclusive pero nunca amarillas o violetas ni tampoco turquesas o rosadas. Entonces, pensando en estas cosas (que la mayoría llama pelotudeces, pero vos que sos un pensador sabés que no existen las tonterías, que todo pensamiento vale por sí mismo, más allá de su utilidad o coherencia) no te fijás en el abismo que se abre abajo tuyo. Ibas tan bien ahora que te quedaba tan poco por descubrir, te faltaba un pelo, un nada, y ya estabas en el cielo, en el saber, en el nirvana y esas cosas. Seguro de que ibas a conocer todos los secretos, seguro de que tu próxima sonrisa iba a ser eso, una sonrisa sin tonos, una sonrisa y nada más, clara y pulcra, without everything, excepto por la sonrisa misma. Entonces ya te estás cayendo. Y antes de esta frase, antes del “Entonces ya te estás cayendo” entra esa sensación de que perdiste el tiempo, de que todo fue al divino cohete, de que para nada debiste tomar ese rumbo. Esa sensación que llaman vacío existencial. Aunque a veces ponés en duda la fuerza de esta expresión (en realidad, mientras caes, te das cuenta de que ninguna expresión tiene fuerza), pero entendés al menos que ese vacío, ese por el que te estás cayendo, en realidad está adentro. Y vos te caes para adentro, te caes sin poder sostenerte, porque para adentro no tenés manos.

jueves, enero 26, 2006

Hambre

Toca cuento de nuevo. Me dice uno que perdí el rumbo, que mi blog no tiene sentido de ser. Tiene razón, pero yo lo-mandé-a-cagar-igual.

Este es de un sueño.

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Papá golpeó el plato vacío. Lo golpeó tres veces con el tenedor, mirándonos severamente a todos. Mamá hacía como que no estaba, aunque a veces creo que de verdad estaba ausente. Franco en cambio bajaba la cabeza como aburrido más que asustado. Miraba su plato (vacío) respetuosamente, esperando que papá nos soltara el escarmiento. Pero esa vez no llegó, sólo se paró y caminando lento-lento se fue, supongo que a la pieza, pero daba igual, lo importante era que ahora estábamos solos. Entonces fue como siempre: Mamá volvía, nos acariciaba las caras un poco, yo no la miraba entonces, porque siempre se le mojaban los cachetes y era feo verla así, mojada y silenciosa.

Los días pasaban más despacito en esa época, no les gustaba irse. Con Franco siempre decíamos que el día le tenía miedo a la noche. Tardaba en irse, pero una vez que se no estaba, ya no volvía hasta mucho tiempo después. Mamá se pasaba el día espiando a papá y escuchando la radio, las noticias, siempre con hambre. Se comía las uñas, se peinaba el pelo, hacía bailar el talón. Siempre con hambre. Nosotros en cambio jugábamos en el patio, que por suerte era más grande que la casa, y así no lo veíamos a él. Nos pasábamos el día entero jugando hasta que el hambre nos dejaba pensar en sólo unas cuantas cosas, entonces volvíamos a la casa porque ya era hora de cenar. Nos sentábamos, papá miraba el plato (a veces inclusive lo golpeaba) y después nos decía las verdades, gritándolas, porque las verdades de verdad se tienen que gritar, o no valen nada.

Pero después de la primera vez que no gritó, después de la vez que se levantó y se fue lento-lento, no volvió a decirnos verdades. Se quedaba siempre mudo, a veces todavía golpeaba el plato, pero no decía ninguna palabra y se iba. Se iba y dejaba volver a mamá.

Entonces la radio empezó con las noticias que le daban tanta hambre a mamá. Ahora le bailaban los dos pies, ahora no le quedaban uñas, ahora se parecía mucho a papá.

Y las noticias llegaron. Dijeron lo que teníamos que hacer, que no había otra salida, decía mamá, porque es lo que nos dicen en la radio, y ellos saben, siempre saben. Y papá la miraba todo serio, severo, y meneaba la cabeza, no puede ser, decía. Pero igual llegaba la cena, y el plato vacío, y los tres golpes, así habló el doctor Heraldo Menorsio, licenciado en ciencias de la salud y la alimentación, y papá insistía, no puede ser, y entonces parecía que iba a gritar, pero en cambio se paraba con el cuchillo en la mano, se acercaba a mí, después a Franco, y en los ojos se le metía una mirada rara, una mirada que no habían tenido antes.

No sé qué pasó. Yo le estaba explicando a papá que él era viejo, que mejor él que yo. Yo se lo explicaba mientras estaba en cuclillas sobre él, con el cuchillo a medio clavar en la garganta. En los ojos tenía toda la severidad de siempre, y parecía que iba a decir verdades, y yo me moría de miedo, pero nada salía de él. Mamá estaba calentando el agua en la cocina, muy contenta, le decía a Franco que buscara el machete grande en el fondo, porque así iba a ser más fácil ¡Qué contenta estaba mamá! Y yo le explicaba a papá, y él me miraba, moviendo los labios, diciendo palabras parecidas a las verdades, pero no gritaba, no podían ser verdades. Comerse los unos a los otros, en la radio saben, siempre saben.

miércoles, enero 25, 2006

Descripción I

Brevísima descripción.
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Viento que sopla. Hojas que vuelan. Estrellas que brillan. Luna que observa. Amantes que suspiran. Árbol que oculta. Cuerpos que pican, se rascan. Voces que susurran. Bocas que besan. Hechizo que se entrama. Magia que embruja. Escena perfecta. Cuerpos. Cuerpo. Dos. Uno.

No hizo falta preguntarse por qué ahí. No hizo falta que siquiera se preguntaran si estaba todo bien. Era simple: El lugar los invitó, ellos aceptaron. Así es entre ellos, así fue y así es. Aunque ellos no tienen rostro, ni siquiera nombre o color. Son los amantes. Lo fueron, lo serán. Todos hemos sido ellos, y ellos han sido todos.

Un momento, tal vez, de efímera pureza en la línea de nuestras vidas. Momento donde la razón sabe que no tiene cabida, y ni siquiera se molesta en dar voz de sus pensamientos. Un instante donde somos dueños absolutos de nuestro presente, pues ni el pasado ni el futuro están allí para aconsejarnos, recordarnos o amenazarnos.

Los amantes. Pureza efímera, manchada de humanidad hasta los huesos. Momento único, donde importa todo y a la vez nada. Momento donde valoramos la vida como en ninguno olvidándonos por completo de ella.

miércoles, enero 18, 2006

El Humo

Anoche tuve un sueño, me pasa seguido estos días. Sueño que escribo, pero lo hago de una forma que me parece, en el sueño, increible y hermoso. De hecho, en el sueño puedo leer los escritos, y son fantásticos! jajaja, pero al despertar las palabras se empiezan a borrar, los conceptos se debilitan... y finalmente no queda más que una frase. Este escrito que dejo acá nació de una frase perdida por ahí, no importa cual (no traten de adivinar porque seguro le erran, jaja)
De todas formas, advierto: No tiene valor alguno este escrito, fue sólo práctica, y va a ser disfrutado por el que tenga ganas de leer algo y nada más =P. Ligerísima investigación de por medio.. y "walá" (nunca me acuerdo como se escribe, es voilé?)
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Aspiró profundamente, tan profundamente, que luego de llenar sus pulmones, el humo le llenó el ser. Los ojos blancos delataban una desorbitación, y la boca ahora semiabierta, semicerrada, dejaba escapar con suavidad el humo, lo dejaba salir a su propio ritmo, porque de sus pulmones no salía ningún aliento.

Denso, el humo se apoderó de todo el lugar, y por fin ella dejó salir todo el aire que la llenaba, como un suspiro, como un resoplido. Y el humo se arremolinó en torno a la mujer, pero ella ya no estaba allí: Su alma se había internado en la noche sin nubes; sin esperanzas.

Caminaba, aunque cualquiera diría que más bien flotaba, a lo largo de unas praderas verdeamarillas, el color que existe sólo entre el verano y el otoño, ese color que deja ver, a través de la vida, el halo de la muerte. Un camino de hojas caídas, piedras florecientes y mechones de pasto atrevido la condujo a su destino.
-¿A qué has venido?- dijo él.
-Otil Nau, mi nombre es Kosp, señora de los Aonikenk- su voz sonaba suave y dulce, como si fuera la de una niña, pues aunque su cuerpo era el de una anciana, su espíritu se mantenía aun joven.
-Sé quien eres, mujer, no es eso lo que he preguntado- explicó con paciencia el espíritu.
-Mi pueblo teme, Otil Nau, la tierra nos ha estado enviando señales, el cielo también…
-Su temor tiene un motivo- interrumpió él –Nuevas gentes, pequeñas y pálidas, se acercan, nadie aquí sabe bien qué es lo que buscan, pero hemos visto sus espíritus… Están sucios y ensucian todo lo que tocan.

Una mano gruesa apretaba la mano de la anciana, su cuerpo le dolía por el largo periodo que había pasado acostada en la fría piedra, la fogata se había apagado hacía ya mucho tiempo. Era Kai Kau, la miraba con cariño y respeto, como la había mirado desde el día en que ella, a sus doce años, le había salvado la vida luego de una mordida de víbora, succionando el veneno de la herida.
-madre Kosp- su voz era gruesa, gutural -¿Qué sucedió?

Ella guardó silencio. “Están sucios y ensucian todo lo que tocan” vino a su mente, y cerró los ojos, buscando entender estas palabras. Eran tiempos de cambios… ¿Estaría lista su gente para el cambio?
-Volvamos, Kai Kau…

domingo, enero 08, 2006

¡Dormir...!

-¿Qué pasa?


Las estrellas distraen al viajero con su belleza imposible, una suave briza sopla con dulzura arrastrando consigo el olor de los eucaliptos. Fresca y apacible la noche ha decidido enzarsarse en el corazón del cuidador del faro.
-¿Qué pasa?- repitió, no entiendiendo bien.
-¿Por qué la has apagado?

El cuidador se rasca la cabeza sin entender, o más bien, sin querer entender; sabe bien a qué se refiere.
-Estoy cansado- responde -¿Me dejarás descansar?
-No soy yo el que te mantiene despierto, ve a dormir.

El olor de la madera innunda su cabaña. Una cama destendida, una mesa con un plato sucio, un vaso vacío y una chimenea largamente inactiva son los únicos habitantes (aparte del propio cuidador) de la casa. Todo, junto con el dueño, está descuidado y envejecido.

-¿Hasta cuándo descansarás?
-Hasta que el cuerpo me lo pida.
-¿Cuánto será eso?



Con extremo cuidado, como si temira romper algo, el cuidador acomoda los trastes que descansan en la cima de su faro. Una docena de libros a medio leer, una pluma y un montón de papeles. Hay también un reloj de bolsillo bellamente decorado, tal vez mañana lo repare, se dice a sí mismo. Lleva años sin funcionar. Finalmente se decide y apaga la luz.
-¿Qué pasa?

viernes, enero 06, 2006

Perdidos (título genérico No. 32)

Este cuento nació por nacer, sin embargo lo leo y le encuentro sentido... Espero que ustedes también =P.
Igual, tengo cierto... no sé. Lo pongo acá porque me dijeron que lo ponga nomás xD. La verdad que ... Bueno, a ver qué les parece...

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La primera vez que te vi no parecías vos misma. Estabas vestida espléndidamente y tomabas te junto a dos gordos aristócratas que no hubiesen distinguido la harina endulzada de un pastelito suizo. Vos te reías aburridísima de sus chistes mal contados y yo te miraba sin saber bien qué hacías en ese cuadro. Es que dentro de toda esa pelotudés bizarra, vos estabas preciosa. En eso creo que me notaste vos también a mí. Me miraste de prepo y reíste por lo bajo, porque sabías que yo tampoco tenía que estar ahí. No hizo falta nada más, ya estábamos charlando, no sé de qué porque la verdad que estabas con tus ojos que brillaban como diamantes y ese vestido que más parecía un arbolito de navidad…

Entonces yo no sabía nada de vos, todavía no estaba al tanto de lo que se me venía encima. No sabía de las puertas que el cerrajero a veces se olvidaba sin llave, no sabía tampoco de la forma en que podía buscarte para verte de nuevo. Cuando abrí los ojos, aquella vez, me acuerdo que entraba el sol por la ventana y yo confundí los huequitos de las persianas con tus ojos. Pero cuando aclaré la vista entendí que no, entendí que me dolía todo el cuerpo y que había estado durmiendo, soñando.

Cuando te encontré la segunda vez fue bastante bochornoso, porque yo estaba con Claudia o Julia pasándola bomba y ahí apareciste. Parecías indiferente, bastante confundida, aunque poco a poco una cosa como de familiaridad se fue apoderando de tu mirada y después ese mismo aburrimiento de siempre. No pasó mucho antes de que yo me olvidara de la piba genérica de fantasía para atenderte a vos. De nuevo nos encontramos hablamos de cosas, pero como siempre, las palabras eran sonidos lejanos, murmullos, suspiros, de todo menos palabras. Pero nos comunicábamos, de alguna forma lo lográbamos. Me empezaste a contar cosas, primero cosas que no parecían interesarte, cosas que eran de alguien más o que tal vez ya habías contado tantas veces que te daba igual. Y esa era la sensación: Lo hacías como si ya lo hubieses hecho mil veces, o más.

Así nos vimos montones de veces; en sueños propios, en sueños ajenos. Me fui enamorando de todo lo que vos eras, aunque no eras nada en realidad, aunque eras pura ilusión y engaño. Pero diferente a la vez, porque yo no te soñaba jamás. Vos estabas en mis sueños, pero yo no te soñaba. Eras independiente a mis fantasías y eso fue lo que más me turbó al principio. Porque era obvio que si te encontraba en mi cabeza, tenías que ser parte de mí… Bueno, así pensaba yo, hasta que te encontré con él. Todo a su alrededor parecía temblar, pasar de lo real a lo irreal en un instante, crearse y destruirse a cada momento, ser y no ser, constantemente. Todo salvo vos que te mantenías tan indiferente como siempre.

Él tardó un poco en notarme, pero yo no podía dejar de mirarlo, porque de alguna forma sabía que aun cuando vos no pertenecías a ese lugar y yo tampoco, él…a él la palabra pertenecer no le afectaba: Él era ese lugar. Él era los sueños, él era todo lo que los sueños son. Lo supe al instante y ya quedé hechizado. Desde ese momento y para siempre no pude desear ni hacer nada en su presencia, salvo contemplarlo.
-Soy a quien jamás debiste encontrar, mortal- dijo él, y sus palabras fueron palabras. –Porque estoy mucho más allá de tu percepción, de tus sentidos. Si hoy puedes verme es sólo porque su voluntad te lo permite. Tal es su grandeza.

… En su voz no había enojo o emoción alguna, estaba teñida de siglos y eras. Escucharlo era como observar las estrellas…


La encontré mientras tejía un sueño que no era para ella, curioseaba donde no debía, caminando los caminos que sólo yo he de recorrer. Esto, aunque extraño, estuvo lejos de sorprenderme, pues no era la primera vez que un alma descarriada terminaba perdida y desconsolada… Lo que sí me impactó fue descubrir que no sólo yo podía verla. Sus ojos, clavados en los míos, parecían reconocer quien y qué era yo. Entenderás, mortal, que esto no ha de ser así, que no es prudente que el ojo humano pueda ver al viento que mueve las nubes o los hilos que del tiempo tiran. Así soy yo, una fuerza que está más allá de vuestra comprensión, más allá de cualquiera de vuestros sentidos.

Y sin embargo el velo había caído ante ella. Entonces me interesé, encontré algo diferente en la vastedad de lo eterno. Una criatura capaz de ir más allá… Comprendí entonces que había malinterpretado: Ella no estaba perdida y desconsolada, sino que había descubierto una manera de pasear, de internarse en la red de sueños que yo cuido y controlo. Recordé entonces que hacía siglos que no limpiaba la memoria del cerrajero, cuya tarea es la de poner llave a las puertas luego de que yo las utilizo. Y sin embargo, a pesar de éste, mi desliz, no fue otra la razón de que ella estuviera donde no debía más que su propia voluntad.

Entonces quise ponerla a prueba. Decidí jugar… y jugué. Si ella había tenido la capacidad de cruzar la barda, ¿Tendría la voluntad para regresar? Tomé los caminos y los mezclé, cambié las señales, me llevé las puertas y dejé ventanas, pinté lo que antes era vacío y vacié lo que antes era imagen, hasta que finalmente mi mundo dejó de ser el que era. Uno distinto, uno que vivía y se moldeaba cada vez a sí mismo. Ese fue el resultado.

Hace siglos que su cuerpo ya no es. Porque vosotros, los mortales, sois tanto cuerpo como voluntad. Ella quedó atrapada, pues demoró tanto en regresar que su cuerpo la olvidó y pereció lejos de su dueña. Ahora su voluntad vaga buscando la perdición final, buscando el destino para el cual fue creada en un principio: El cesar.

Tal vez yo no sólo haya querido jugar. Tal vez sea cierto que hasta quien hace el sueño sueña a veces con algunas cosas. Es cierto, que existe la posibilidad de que yo amara a quien pudo cruzar las barreras… Pero ese alguien ya no existe. Supongo que jugar siempre tiene un precio, siempre que se apuesta se pierde algo. Y yo perdí, y ella perdió. Y tú, mortal ¿Jugarás?






Cuando terminó de hablar yo ya estaba despierto, mirando las persianas de mi ventana, entrecerrando apenas los ojos para contrarrestar lo fuerte de la luz del sol, sintiendo el dolor del cuerpo, el calor del medio día.

Ese fue el día que me di cuenta de todo. Me di cuenta de que no importaba cuánto tiempo pasara con vos, cuánto buscara la forma, vos siempre ibas a estar allá: en mis sueños. Lejos de mí y de vos a la vez. Lejos de todos. Y es irónico, porque soñé muchas veces que te liberaba, pero ese sueño era una pintura más de él, otro intento por liberarte. Y yo me doy cuenta siempre, me doy cuenta aun mientras lo estoy soñando, porque mientras corro tomándote de la mano a través de ese pasillo infinito que separa lo onírico de lo real, vos estás a lo lejos, mirándome aburrida, distraída.

… Y así cruzo siempre la frontera: Solo, arrastrándome hacia las horas de cordura que me dicen que estoy loco y que todo eso, que vos, toda vos, no sos más que un sueño, una fantasía…

lunes, enero 02, 2006

El vendedor: 1er entrada

Este es un personaje que conocí una vez mientras espiaba en un sueño que soñé, pero no era para mí. Me descubrieron a la mitad de la función y me echaron a patadas. Pero no importa, capté lo importante.

El vendedor es un sujeto peculiar, al cual no voy a describir, mejor que se describa él solo.
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-Buenos días, mi buen...- dijo la señorita -Necesitaría una poca de esperanza y docientos gramos
de alegría
-No, lo siento- respondió parco el vendedor-, acá no se venden cosas inútiles.
-Pero si no venden cosas inútiles- comentó ella, meditabunda -¿Para qué venden cosas? Usted debe saber que lo realmente importante no se consigue con dinero.
-Sí- respondió llanamente.
-¿Entonces?-
-Sí, yo sé eso, pero tengo esperanza de que los compradores no.
-¡Ahá!- exclamó la señorita -Entonces sí tiene esperanza.
-Pero no la vendo- dijo -¿No vio el cartel?
-¿Qué cartel?-
-Ah, lo vendí, me alegro...-
-Bueno, usted está muy loco, yo me voy-
-No lo diga por allí, buenas tardes-