Toca cuento de nuevo. Me dice uno que perdí el rumbo, que mi blog no tiene sentido de ser. Tiene razón, pero yo lo-mandé-a-cagar-igual.
Este es de un sueño.
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Papá golpeó el plato vacío. Lo golpeó tres veces con el tenedor, mirándonos severamente a todos. Mamá hacía como que no estaba, aunque a veces creo que de verdad estaba ausente. Franco en cambio bajaba la cabeza como aburrido más que asustado. Miraba su plato (vacío) respetuosamente, esperando que papá nos soltara el escarmiento. Pero esa vez no llegó, sólo se paró y caminando lento-lento se fue, supongo que a la pieza, pero daba igual, lo importante era que ahora estábamos solos. Entonces fue como siempre: Mamá volvía, nos acariciaba las caras un poco, yo no la miraba entonces, porque siempre se le mojaban los cachetes y era feo verla así, mojada y silenciosa.
Los días pasaban más despacito en esa época, no les gustaba irse. Con Franco siempre decíamos que el día le tenía miedo a la noche. Tardaba en irse, pero una vez que se no estaba, ya no volvía hasta mucho tiempo después. Mamá se pasaba el día espiando a papá y escuchando la radio, las noticias, siempre con hambre. Se comía las uñas, se peinaba el pelo, hacía bailar el talón. Siempre con hambre. Nosotros en cambio jugábamos en el patio, que por suerte era más grande que la casa, y así no lo veíamos a él. Nos pasábamos el día entero jugando hasta que el hambre nos dejaba pensar en sólo unas cuantas cosas, entonces volvíamos a la casa porque ya era hora de cenar. Nos sentábamos, papá miraba el plato (a veces inclusive lo golpeaba) y después nos decía las verdades, gritándolas, porque las verdades de verdad se tienen que gritar, o no valen nada.
Pero después de la primera vez que no gritó, después de la vez que se levantó y se fue lento-lento, no volvió a decirnos verdades. Se quedaba siempre mudo, a veces todavía golpeaba el plato, pero no decía ninguna palabra y se iba. Se iba y dejaba volver a mamá.
Entonces la radio empezó con las noticias que le daban tanta hambre a mamá. Ahora le bailaban los dos pies, ahora no le quedaban uñas, ahora se parecía mucho a papá.
Y las noticias llegaron. Dijeron lo que teníamos que hacer, que no había otra salida, decía mamá, porque es lo que nos dicen en la radio, y ellos saben, siempre saben. Y papá la miraba todo serio, severo, y meneaba la cabeza, no puede ser, decía. Pero igual llegaba la cena, y el plato vacío, y los tres golpes, así habló el doctor Heraldo Menorsio, licenciado en ciencias de la salud y la alimentación, y papá insistía, no puede ser, y entonces parecía que iba a gritar, pero en cambio se paraba con el cuchillo en la mano, se acercaba a mí, después a Franco, y en los ojos se le metía una mirada rara, una mirada que no habían tenido antes.
No sé qué pasó. Yo le estaba explicando a papá que él era viejo, que mejor él que yo. Yo se lo explicaba mientras estaba en cuclillas sobre él, con el cuchillo a medio clavar en la garganta. En los ojos tenía toda la severidad de siempre, y parecía que iba a decir verdades, y yo me moría de miedo, pero nada salía de él. Mamá estaba calentando el agua en la cocina, muy contenta, le decía a Franco que buscara el machete grande en el fondo, porque así iba a ser más fácil ¡Qué contenta estaba mamá! Y yo le explicaba a papá, y él me miraba, moviendo los labios, diciendo palabras parecidas a las verdades, pero no gritaba, no podían ser verdades. Comerse los unos a los otros, en la radio saben, siempre saben.
3 comentarios:
Mirá
a mí no me mandás a la mierda
y nunca más te corrijo un cuento
gil
No entiendo la inmutabilidad de todos.
Lejos lo mejor que lei de vos, en todo, incluso es lo "mas mejor" que lei estilisticamente de lo tuyo, el uso de palabras me parece impecable, sin palabras al pedo.
Excelente (ojo, no soy muy dado a alabar escritos de otros)
Ya te lo dije por msn, me encanto el cuento Andrés y kero ke me mandes mas jajjaja !!
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