Ver cómo su enorme pata se desparrama sobre el suelo a cada pisada. Observarlo desde encima, sabiéndome desparramador de su pata; pata de animal de otro mundo. Mirarles ese cuello largo entre miel y arena, con su enorme garganta, imponente y poderosa y, sin embargo, tan muda; cuántas cosas callarás, animal raro.
No sé bien de qué pesadilla alucinante nos vino la idea de que podíamos montarlos; y peor aun: cómo llegamos a atrevernos a ponerles sobre los lomos nuestros fardos. Cómo es que nadie pensó que tal vez se rebelarían, que volverían a dominarnos como ataño, señores nuestros. De qué mente nació este insulto, yo no sé, pero se difundió, y ahora es igual en todas partes, allá donde estén.
Aunque es cierto que no pasó nada, que su sabiduría infinita los arrastró a la paz más bien que a la ofensa, y demostraron entereza de espíritu allá donde nosotros dimos a ver la hilacha. Qué bestias admirables son ustedes, tan lejos nos encontramos todavía.
A veces los miro, cuando los míos duermen y ustedes pretenden dormitar. Los miro, con la esperanza de que no me noten. Y creo verles los labios moverse con sutiliza infinita, casi imperceptible, pero… hay alguna sombra que no parezca cambiar en la noche. Aun así, yo los miro, me pregunto sino extrañarán vivir con las estrellas, surcando esas grandes distancias a la velocidad de los sueños, tal como hicieron alguna vez. Me pregunto si algo así puede olvidarse tan fácilmente, darle la espalda y cargar nuestros fardos.
Pero mucho no puedo cavilar, tarde o temprano uno de ustedes me nota; yo no sé cuál, pero me doy cuenta porque los labios ya no se mueven sino para soltar algún sonido gutural, y entonces maquinar no tiene sentido, hay que aceptarlo y volver a la cama.
De día son otras las cosas que se pueden notar, como esa forma tan cansada de moverse, arrastrando las patas con ritmo catártico, acarreando un agotamiento sideral, con el que se les impregna todo el ser: desde las pezuñas hasta los ojos; especialmente los ojos. Esas lagunas profundas color tristeza, prueba innegable de su sabiduría inimaginable.
Realmente ustedes me intrigan. Son gigantes entre nosotros. A su lado nos veo como niños: han viajado tanto, han visto cosas que nosotros ni siquiera soñamos… y sin embargo acarrean nuestros fardos. De qué forma el destino los condenó a esto. Yo creo que ustedes lo buscaron, intentando purgar algún pecado monstruoso.
Yo podría sentir pena por todo esto, sin embargo una última duda me muerde la conciencia: qué fardo es, y a quién pertenece, ese que tendremos que cargar para que nuestras culpas se laven.
No lo sé yo. Pero acá estoy, mirándolos, esperando que alguno se digne a hablarme y me cuente algo que me de una pista.
No sé bien de qué pesadilla alucinante nos vino la idea de que podíamos montarlos; y peor aun: cómo llegamos a atrevernos a ponerles sobre los lomos nuestros fardos. Cómo es que nadie pensó que tal vez se rebelarían, que volverían a dominarnos como ataño, señores nuestros. De qué mente nació este insulto, yo no sé, pero se difundió, y ahora es igual en todas partes, allá donde estén.
Aunque es cierto que no pasó nada, que su sabiduría infinita los arrastró a la paz más bien que a la ofensa, y demostraron entereza de espíritu allá donde nosotros dimos a ver la hilacha. Qué bestias admirables son ustedes, tan lejos nos encontramos todavía.
A veces los miro, cuando los míos duermen y ustedes pretenden dormitar. Los miro, con la esperanza de que no me noten. Y creo verles los labios moverse con sutiliza infinita, casi imperceptible, pero… hay alguna sombra que no parezca cambiar en la noche. Aun así, yo los miro, me pregunto sino extrañarán vivir con las estrellas, surcando esas grandes distancias a la velocidad de los sueños, tal como hicieron alguna vez. Me pregunto si algo así puede olvidarse tan fácilmente, darle la espalda y cargar nuestros fardos.
Pero mucho no puedo cavilar, tarde o temprano uno de ustedes me nota; yo no sé cuál, pero me doy cuenta porque los labios ya no se mueven sino para soltar algún sonido gutural, y entonces maquinar no tiene sentido, hay que aceptarlo y volver a la cama.
De día son otras las cosas que se pueden notar, como esa forma tan cansada de moverse, arrastrando las patas con ritmo catártico, acarreando un agotamiento sideral, con el que se les impregna todo el ser: desde las pezuñas hasta los ojos; especialmente los ojos. Esas lagunas profundas color tristeza, prueba innegable de su sabiduría inimaginable.
Realmente ustedes me intrigan. Son gigantes entre nosotros. A su lado nos veo como niños: han viajado tanto, han visto cosas que nosotros ni siquiera soñamos… y sin embargo acarrean nuestros fardos. De qué forma el destino los condenó a esto. Yo creo que ustedes lo buscaron, intentando purgar algún pecado monstruoso.
Yo podría sentir pena por todo esto, sin embargo una última duda me muerde la conciencia: qué fardo es, y a quién pertenece, ese que tendremos que cargar para que nuestras culpas se laven.
No lo sé yo. Pero acá estoy, mirándolos, esperando que alguno se digne a hablarme y me cuente algo que me de una pista.
1 comentario:
voto a que son llamas =)
Me gustan esos personajes que parecen ser un alma vagando, contando, sin perfil, sin rostro y sin nombre. Simplemente narrando lo que ve y preguntando todo al todo... ^^
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