Me encontraba un buen día (jajaja) con unos amigos tomando algo en el patio de casa. Sí, es cierto que tal evento no es merecedor de mención, al menos, no por sí solo. Sin embargo sucedió lo siguiente: el sol, hasta entonces cubierto, penetró las nubes con fuerza brutal, como si aquello que hacía día a día, hoy tuviera una fuerza inusitada. A mis amigos y a mí nos pareció tal la potencia con la que nos azotaban que, de no quitarnos del medio, podrían prendernos fuego la piel. Huimos entonces, al resguardo bondadoso de mis techos de cemento, revocados y recubiertos. Allí a Manuel se le dio por mostrarse altivo y, alzando el puño hacia los cielos, espetó: “¡Ja! ¿Qué puede la naturaleza contra el ingenio del hombre?”, todos reímos y continuamos la tomada en mi cocina, que tiene convenientemente unos cómodos rincones donde apoyarse es lo más sencillo del mundo.
Fue entonces (y no antes, entiéndase) que noté un sonido sordo que golpeó a escasa distancia de mí, un sencillo “toc”. Ignorando al interesantísimo tema que me planteaba entonces Guillermo (algo entre los hermanos Rock del sur y los ogros Tug del Oeste) me dirigí al lugar del que provino el golpe: frente mío se hallaba un gorrión (chuschín, para los entendidos) deshidratado, agobiado, desesperanzado: era el retrato de la muerte en la esquina, inminente e irremediable. Podrán entender, aquellos de ustedes que sean más sensibles, la herida que me partió el corazón ahí mismo: el pobre chuschín al borde de la muerte, yo impotente ante la realidad, mi amigo hablando de los ogros Tug, el otro oyendo sin oír, pensando tal vez en alguna persona que fuera fantástica o fastidiosa (según sus ánimos), y el mundo entero, girando y girando indiferente; la verdad que la vida era en ese momento una herida absurda.
Fue entonces cuando, viendo el grifo de agua de mi cocina, la genialidad me iluminó. Como un relámpago, como un lince, di un salto preciso, tomé al gorrión y abriendo la canilla lo metí bajo el chorro, pero dominado por la emoción que me invadía no advertí la potencia del mismo, y pude observar como el agua invadía sus párpados, hinchándolos a fuerza y presión. Lo retiré casi con violencia, y ajusté el agua para que saliera como un hilillo lastimoso, arrimé al pájaro y éste estiró el pico, bebiendo con avidez (porque era un ave).
Bebió primero mucho, luego más, y por último bebió mucho más. El bicho, en mis manos, se volvía poco a poco una bolsa de agua, tragando como si llevara tres partes de su existencia sin probar gota. Mis amigos, intrigados ahora por mi actuar, se acercaron con cautela. Asomáronse por sobre mis hombros y pispearon lo que yo sostenía en mis manos.
-Va a reventar- dijo Guillermo, luego de un momento.
-No pueden tomar agua así- explicó Manuel.
Ambos sabían mucho de pájaros, así pues les hice caso, pero ya era tarde: el animal había bebido tanto que todo su cuerpo estaba henchido y deforme, y allí mismo como consecuencia de tanta mirada y examen de su cuerpecito, un chorro increíble de orina salió disparado de sus partes nobles (si es que poseen tal cosa). Sentí al principio alivio, supuse que con eso mi error se remendaría al liberar todo el líquido que había bebido. Sin embargo, escuchamos un chasquido que venía de adentro del animal, era su vejiga: había colapsado ante la presión, rompiéndose.
Con el corazón acongojado, deposité al animal dentro de la pileta. Se sentó, pues ahora su cuerpo se parecía al de un ser humano, con los miembros hinchados, con el cuello torpe y de movimientos lentos y lastimosos, incapaz de hacer esos giros espasmódicos, gritando ¡Sufro! con esos ojos que lo miraban todo con desesperación: primero a nosotros, luego al chorro enclenque de agua que aun salía del grifo.
Entonces, fue demasiado, escuchen: sacando fuerza de quién sabe dónde consiguió, tras un esfuerzo sobreavícola, arrastrarse hasta el chorro; pero nada había de glorioso en su sacrificio ya que era la fiebre de un adicto la que lo movía. Estirando como pudo el pico, empezó a sorber aquel líquido, que se me presentaba ahora horrible y monstruoso, capaz de arruinar a aquel pobre animal de esa forma, y sin embargo, no tuve la fuerza de ánimos suficiente como para cerrar la canilla: mi propia bondad había condenado al ave, y ahora la sacrificaba; y yo sin aprender.
Bebió, pero no fueron más que un par de sorbos, no aguantó mucho más, y allí mismo murió. Manuel dijo “estaba muerto aun antes de arrastrarse, el resto fue puro espasmo”. Lo miré, primero a él, luego a Guillermo, finalmente al chuschín; los miré, y tapándome el rostro, lloré.
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Ningún animal No-onírico fue dañado durante este relato (o sea, fue un sueño =P).
El título se agradece por colaboración desinteresada.
5 comentarios:
Está simpático, aunque yo me lo imaginé mucho más grotesco cuando me contaste el sueño :P
Concurso: buscarle sentido al título. El ganador, se hará acreedor de un gorrión.
(y menos mal la aclaración)
Ó.Ò puisito
Escribís formidable, muy profesional.
Me veo obligado a poner anonimato, no me interesa que sepas mi identidad.
Seguro te darás cuenta de quién soy, mejor ni lo pienses.
Llegué gracias a la curiosidad.
Saludos y espero explotes (para bien)tus habilidades literarias.
Merecés ser condenado a muerte por Green Peace, Vida Silvestre y por Batman ¬¬
muyyyyy freak tu sueño como todos los sueños jejeje ta bien narrado Farillo ^^
PD: ALEJATE DE MI PLANTITAAAAAAA!!!
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