Bueno, hoy toca cuento. Sé que no es el objetivo del Blog, ¡Pero ustedes no saben nada! Ni de objetivos ni de blogs =D. Así que a comerla, y a leer mi cuento. O a no leer, y postear "qué mala leche che".
Hmm... Igual, le puse un poquito de esmero al cuento ^^.
Uno mismo
Es una sensación diferente la que se tiene cuando se cree ser alguien más, que no se uno mismo. Es una sensación medio como única, algo diferente pero tan parecido a eso que sentimos al despertarnos de repente, olvidando (o quizá queriendo olvidar) dónde estábamos durmiendo la noche anterior. Es como si al dormir, alguien nos hubiese quitado nuestra esencia, intercambiándola por otra distinta… que sin embargo no es ni más ni menos que la propia, sólo que algunos años atrás.
Es así como sucede cuando no somos nosotros mismos. Abrimos los ojos sintiendo que no hemos vivido nada de eso que recordamos. Recordamos, sí, pero como se recuerdan las películas del cine, alejado, indistinto, inocuo: Aburrido. Falto de moraleja.
La mirada penetrante del guardia escudriñaba en mi jaula. A veces sonreía, pero no hoy. Hoy no había venido a hostigarme por propia voluntad, sino bajo comando de un superior, tal vez inclusive del Alcaide mismo.
-Infeliz- espetó, aunque no me afectó en lo más mínimo –¿Dónde están las revistas que te trajeron el otro día?
-Bajo la cama- respondí, aunque hubiese preferido tener más coraje, y quedarme callado.
-Te estoy hablando, infeliz, te pregunté dónde están las revistas…
-Bajo la cama- volví a repetir, sumiso, pero hubiese preferido gritarle que era un imbécil degenerado y que valía tanto vivo como muerto.
-Ah…- levantó una ceja, y sonrió para un lado, casi parecía dolerle –¿Me insultás y me amenazás?
Entonces quise pensar que tal vez las cosas estaban siendo extrañas, pero luego de cuatro años encerrado ahí por haber dicho lo que creía cuando no debía, nada me resultaba extraño. Además, el porrazo en las costillas, en el omóplato, luego en el antebrazo (que creo que lo fisuró, o eso me pareció escuchar), y por último en las piernas, la derecha y después la izquierda, todo eso hace que uno no piense mucho, que simplemente se resigne a que la corriente del río lo arrastre. Siempre hay rápidos, y en los rápidos siempre hay piedras.
Es así, despertar ahí, donde uno no quiere despertar, donde uno siente un vacío profundo, un vacío a causa del frío en los brazos y las piernas, un frío que uno sabe es signo de que no va a poder mover los dedos, por más que intente, porque hace rato que están entumecidos, y tan, tan fríos, que ya ni siquiera hay sensación. Despertar y querer con cada parte del cuerpo tener esa sensación extraña de que uno no es uno mismo, de que en realidad uno mismo se murió hace cuatro años (o más) y que todo esto le duele a otro. Pero no, porque en este momento es cuando se es realmente, con todo ese frío sólo se puede ser, y yo que soy un intelectual, vine al mundo para sufrir por tonterías, no por fisuras mal curadas, por moretones sobre moretones, yagas medio infectas, medio cicatrizadas.
El enfermero me mira con ojitos de yo no fui. Quiere hacerme sentir un alivio, me da un paracetamol (o eso espero) y después un par más. Creo que quiere que me los tome juntos, así todo se termina. Me lo advierte, pero más me está indicando.
-Seis de estos y no creo que puedas levantarte de nuevo, tené cuidado- se vuelve hasta el botiquín, saca más gasa porque tiene que cambiarme un par de vendajes -Sabés que esto te lo buscás vos solito ¿no? Si fueras menos pelotudo no te pasaría nada. Acordate de tomártelos después de ocho horas, antes no, porque vas a palmar, aguantate aunque duela.
En la celda de nuevo, el guardia está lejos. Un compañero se me para al lado, me mira con una sonrisa en los ojos, y una expresión de profundo enojo en la boca.
-Mirá cómo me froto los huevos mientras vos sufrís- me dice, mientras se frota la entre pierna con ambas manos, inclinándose ligeramente hacia atrás y doblando las rodillas. No sé qué quiere, pero me distrae de mis pensamientos, me dan ganas de decirle algo malo, algo tajante, astuto y amenazador. Pero no tengo el coraje. Él se detiene de repente, como sorprendido, como si hubiese escuchado mis pensamientos y se aleja balbuceando alguna excusa de bravucón ignorante.
Ser uno mismo. Ser uno mismo. Los pensamientos se agolpan junto al dolor de cabeza, y yo tengo los comprimidos en la mano, los aprieto con fuerza, porque sino los sostengo me voy, me voy a ir. Porque sé que en esa mano tengo más fuerza que en toda mi voluntad, mi voluntad que me fuerza a llevármelos a la boca, a olvidarme del asunto. Pero no tengo el valor, no… mi puño tiene más fuerza que toda mi voluntad, que el resto de mi cuerpo que me pide a gritos que yo tenga el valor… Pero no lo tengo.
No lo tuve, creo, y ya pasaron tres días, cuatro quizá.
Y todo es más oscuro. Más uno mismo, uno mismo que se aleja, y se pierde. Mirándome a mí mismo desde arriba, desde lejos. Como si ese que estuviese acostado allí no fuese yo. De hecho, como si fuese sólo un cuerpo sin nadie dentro. Sin nadie que le responda dónde están las revistas al guardia, al guardia que ahora de nuevo escudriña… Y pega un grito, un grito que hace venir a otros guardias corriendo, y abren la reja, aporrean al compañero de celda, patean al cuerpo. Pero todo eso ya no me importa a mí… Ahora a mí me preguntan qué hago ahí, y por qué deberían dejarme pasar. Las puertas son grandes, son agradables. Yo no sé qué responder…
Es una sensación diferente la que se tiene cuando se cree ser alguien más, que no se uno mismo. Es una sensación medio como única, algo diferente pero tan parecido a eso que sentimos al despertarnos de repente, olvidando (o quizá queriendo olvidar) dónde estábamos durmiendo la noche anterior. Es como si al dormir, alguien nos hubiese quitado nuestra esencia, intercambiándola por otra distinta… que sin embargo no es ni más ni menos que la propia, sólo que algunos años atrás.
Es así como sucede cuando no somos nosotros mismos. Abrimos los ojos sintiendo que no hemos vivido nada de eso que recordamos. Recordamos, sí, pero como se recuerdan las películas del cine, alejado, indistinto, inocuo: Aburrido. Falto de moraleja.
La mirada penetrante del guardia escudriñaba en mi jaula. A veces sonreía, pero no hoy. Hoy no había venido a hostigarme por propia voluntad, sino bajo comando de un superior, tal vez inclusive del Alcaide mismo.
-Infeliz- espetó, aunque no me afectó en lo más mínimo –¿Dónde están las revistas que te trajeron el otro día?
-Bajo la cama- respondí, aunque hubiese preferido tener más coraje, y quedarme callado.
-Te estoy hablando, infeliz, te pregunté dónde están las revistas…
-Bajo la cama- volví a repetir, sumiso, pero hubiese preferido gritarle que era un imbécil degenerado y que valía tanto vivo como muerto.
-Ah…- levantó una ceja, y sonrió para un lado, casi parecía dolerle –¿Me insultás y me amenazás?
Entonces quise pensar que tal vez las cosas estaban siendo extrañas, pero luego de cuatro años encerrado ahí por haber dicho lo que creía cuando no debía, nada me resultaba extraño. Además, el porrazo en las costillas, en el omóplato, luego en el antebrazo (que creo que lo fisuró, o eso me pareció escuchar), y por último en las piernas, la derecha y después la izquierda, todo eso hace que uno no piense mucho, que simplemente se resigne a que la corriente del río lo arrastre. Siempre hay rápidos, y en los rápidos siempre hay piedras.
Es así, despertar ahí, donde uno no quiere despertar, donde uno siente un vacío profundo, un vacío a causa del frío en los brazos y las piernas, un frío que uno sabe es signo de que no va a poder mover los dedos, por más que intente, porque hace rato que están entumecidos, y tan, tan fríos, que ya ni siquiera hay sensación. Despertar y querer con cada parte del cuerpo tener esa sensación extraña de que uno no es uno mismo, de que en realidad uno mismo se murió hace cuatro años (o más) y que todo esto le duele a otro. Pero no, porque en este momento es cuando se es realmente, con todo ese frío sólo se puede ser, y yo que soy un intelectual, vine al mundo para sufrir por tonterías, no por fisuras mal curadas, por moretones sobre moretones, yagas medio infectas, medio cicatrizadas.
El enfermero me mira con ojitos de yo no fui. Quiere hacerme sentir un alivio, me da un paracetamol (o eso espero) y después un par más. Creo que quiere que me los tome juntos, así todo se termina. Me lo advierte, pero más me está indicando.
-Seis de estos y no creo que puedas levantarte de nuevo, tené cuidado- se vuelve hasta el botiquín, saca más gasa porque tiene que cambiarme un par de vendajes -Sabés que esto te lo buscás vos solito ¿no? Si fueras menos pelotudo no te pasaría nada. Acordate de tomártelos después de ocho horas, antes no, porque vas a palmar, aguantate aunque duela.
En la celda de nuevo, el guardia está lejos. Un compañero se me para al lado, me mira con una sonrisa en los ojos, y una expresión de profundo enojo en la boca.
-Mirá cómo me froto los huevos mientras vos sufrís- me dice, mientras se frota la entre pierna con ambas manos, inclinándose ligeramente hacia atrás y doblando las rodillas. No sé qué quiere, pero me distrae de mis pensamientos, me dan ganas de decirle algo malo, algo tajante, astuto y amenazador. Pero no tengo el coraje. Él se detiene de repente, como sorprendido, como si hubiese escuchado mis pensamientos y se aleja balbuceando alguna excusa de bravucón ignorante.
Ser uno mismo. Ser uno mismo. Los pensamientos se agolpan junto al dolor de cabeza, y yo tengo los comprimidos en la mano, los aprieto con fuerza, porque sino los sostengo me voy, me voy a ir. Porque sé que en esa mano tengo más fuerza que en toda mi voluntad, mi voluntad que me fuerza a llevármelos a la boca, a olvidarme del asunto. Pero no tengo el valor, no… mi puño tiene más fuerza que toda mi voluntad, que el resto de mi cuerpo que me pide a gritos que yo tenga el valor… Pero no lo tengo.
No lo tuve, creo, y ya pasaron tres días, cuatro quizá.
Y todo es más oscuro. Más uno mismo, uno mismo que se aleja, y se pierde. Mirándome a mí mismo desde arriba, desde lejos. Como si ese que estuviese acostado allí no fuese yo. De hecho, como si fuese sólo un cuerpo sin nadie dentro. Sin nadie que le responda dónde están las revistas al guardia, al guardia que ahora de nuevo escudriña… Y pega un grito, un grito que hace venir a otros guardias corriendo, y abren la reja, aporrean al compañero de celda, patean al cuerpo. Pero todo eso ya no me importa a mí… Ahora a mí me preguntan qué hago ahí, y por qué deberían dejarme pasar. Las puertas son grandes, son agradables. Yo no sé qué responder…
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PD: una ligera aclaración para los que conozcan mejor sobre la sobredosis de paracetamol y demás... Ignoren lo poco explicado que está esa parte =D. jajaja.
3 comentarios:
Tus cuentos son como darse una sobredosis de realidad.
Bueno ya te dije lo que opino en persona, asi que ... bueh ya sabes! =P
De todas maneras me encanta la garra que le pones a tus personajes, que tienen todo el perfil psicologico que necesita la historia...
Y entonces soñó que era débil y cobarde cuando en realidad su boca decía cosas que ni siquiera soñaba en poder decir.
El castigo no demoró en llegar y no era la paliza que el guardia le daba sino el que le dieran una salida al mundo del que tan poco enamorado estaba. Y es que era una apariencia porque no estaban tan mal las cosas.
No entendí la parte del tipo que se frota los huevos, espero que no sea un signo de la realidad que te corrompe faro, porque eso no son buenas noticias para mí.
En su puño había más poder que en su voluntad, y era porque en esa mano estaba la fuerza extinguidora que podía terminar un martirio que demoró toda una vida, una vida que de tan larga se veía como un sueño a medio olvidar. Una fuerza letal que iba a resolver todo lo que con voluntad y con una mente "intelectual" no había podido sobrellevar.
De alguna manera me choca lo liviano que le resultan las cosas a tus personajes porque el sufrimiento que viven (no solo en este cuento) no son tonterías.
Pero de alguna manera estan lejos de la resignación del existencialista y tampoco llega a ser el placer de los hombres sensibles de flores. El sufrimiento en la costa del faro tiene todo un nuevo significado que estás dando a entender y todavía no comprendo. Espero el próximo asi puedo sacarle otra radiografía.
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